Segarrejant, un gerundio con D.O. | Hacía tiempo que no íbamos de viaje hacia la Terra Ferma, pero ha llegado el momento de regresar para segarrejar por la Baixa Segarra. Concretamente nos vamos de visita a la zona de Les Comalades, un lugar de ponent que se extiende al sudoeste de la comarca de la Segarra, entre Cervera y la frontera con la Conca de Barberà. Donde se entremezclan las tierras de cultivo y edificios ganaderos con torres y calles medievales, herencia de lo que representó toda esa zona de tierras de frontera, allá por la Alta Edad Media.
La principal característica paisajista del lugar te atrapa desde el primer momento. Se trata de un espacio natural en el que predominan las grandes extensiones de valles, salpicadas de pequeñas colinas, coronadas por un minúsculo núcleo urbano, y muchas, muchas vistas panorámicas de extensiones dedicadas a la agricultura de secano. Esas pequeñas colinas, llamadas «comalades», le dan nombre al lugar.
De hecho, nuestra primera parada en el recorrido es en medio de un espacio abierto, desde donde podemos captar claramente una imagen de ese paisaje tan característico.
La Torre Saportella
Partiendo desde el CAT (Centre d’Acollida Turística) de Cervera -y tras una breve visita a sus instalaciones-, ponemos rumbo hacia Granyanella. Aunque a medio camino hacemos una parada para dejarnos sorprender por el primer lugar que nos regala la visita a esas tierras.
Se trata de la Torre Saportella, una gran casa señorial de estilo gótico-renacentista (s. XIII-XIV) cuyas piedras, a pesar de su mal estado de conservación, no han perdido la fortaleza que transmite una construcción de esas características. Un lugar que nada más verlo te recuerda las ruinas del Lallybroch de Outlander, en donde el misterio te atrapa a cada paso que das entre sus medio desmontados arcos de media punta.
La gran casa señorial fortificada que algún día fue tiene sus orígenes en un molino, de dimensiones muchos más reducidas, y al que perteneció la torre que todavía se conserva, junto a la fachada principal. De ahí que a la Torre Saportella también se le conozca como el Molí de la Torre.
Sobre la puerta principal todavía está el escudo de armas de la familia Vilallonga, quienes fueron los últimos propietarios de la casona. Una familia de aristócratas a quienes les llegó la propiedad a través de lazos de parentesco con los propietarios originales, los Saportella, quienes le dan nombre al lugar.
Según la documentación, en el siglo XIV la propiedad se atribuye a Johan Ça Portella. Y a principios del siglo XVIII, ya se relaciona la propiedad con Magí de Vilallonga i de Saportella, señor d’Estaràs. Un noble austracista, quien recibió el título de conde de Vilallonga de Saportella por decisión del propio archiduque Carlos de Austria.
Tal y como nos explican nuestros acompañantes, autóctonos de la zona, el lugar en que nos encontramos estaba situado junto al antiguo camí ral que unía Barcelona con Lleida, y que fue la principal vía de comunicación medieval entre las dos ciudades. Y nos invitan a que nos fijemos en las numerosas parets de marge (muros de piedra) y cabanes de volta (barraques de piedra) que nos vamos a ir cruzando.
Granyanella
Y tras la parada en la Torre de Saportella, ponemos rumbo al núcleo de la Granyanella. Aunque, como es obligado en cualquier rincón de la Terra Ferma, volvemos a hacer un alto en la ruta para pararnos a observar las maravillosas extensiones de campo que hay a su alrededor, y desde donde se pueden disfrutar de vistas panorámicas en perspectiva del pueblo.
Tanto la Granyanella como los otros núcleos que vamos a visitar en la ruta de hoy están, en general, poco poblados. No obstante, por ello no dejamos de cruzarnos con algún que otro vecino, que nos recibe sorprendido ante «la invasión de personas armadas con móviles y cámaras fotográficas» captando cualquier posible punto de foto que nos llame la atención.
Antes de empezar el recorrido, nos han dejado claro que estamos recorriendo la «tierra de los cuatro colores»: «el verd de la primavera, el groc de l’estiu, el marró de la tardor i el blanc de la boira i la gebre de l’hivern». De ahí nuestro delirio por captar ese intenso marrón otoñal que nos envuelve, y que nos incita a ir reservando espacio, en la agenda de pendientes, para regresar a captar las mismas imágenes del paisaje con los otros tres colores que no hemos podido ver ahora.
Calendario de nuevas visitas de los Marpi
Y centrándonos en nuestra visita a la Granyanella, el breve paseo que hacemos por el pueblo lo iniciamos pasando por debajo de uno de sus elementos patrimoniales más destacados. Se trata del Portal de la Vila, que data del siglo XII, y todavía hoy en día es paso obligado para acceder al núcleo habitado, cual antigua aldea amurallada, que en estas tierras se conocían como «vila closa».
En la página web del Ajuntament se puede leer un poco sobre su historia y algunos otros datos de interés.
Como curiosidad, respecto al topónimo de Granyanella, googleando hemos encontrado la siguiente explicación, que nos ha parecido interesante compartirla, por si alguien más siente interés por saber el porqué de esa denominación:
«Topònim: Exemple evident de diminutiu toponímic: format directament sobre el del veí Granyena, afegint-hi la sufixació diminutiva –ella. Per la seva banda, Granyena deriva del nom personal “Graniena”, que derivaria, amb el sufix –ena del masculí “Granius”. Font: Els topònims de la Segarra; Albert Turull.»
Según se pueden leer en diferentes carteles informativos, que van apareciendo a lo largo del recorrido, para que nos quede claro: “L’Espai Natural de Granyena, situat al sud de la comarca de la Segarra, combina terrenys de conreu de secà amb marges herbacis a les comalades i petits boscos de pins, roures i alzines als turons i terrenys més pendents.”... ¡Nos encanta la descripción!
Granyena de Segarra
En esta segunda parada de la visita nos encontramos con un pueblo en donde la historia ha dejado una importantísima huella patrimonial que merece una visita pausada, para ver y observar. Con el añadido, de ser un lugar en donde sus vecinos han dado, y siguen dado, muestras de un consolidado empeño en contribuir a preservarlo y mejorarlo, como os explicaremos más adelante.
Una de las puertas de entrada al pueblo, llamada «Arc del Pou», es un portal románico del siglo XI, que formaba parte de la antigua muralla. Algo que nos sirve para certificar los orígenes milenarios del lugar al que estamos entrando, donde se entremezclan historias de condes y monjes-soldados.
Un castillo templario
Acceder a Granyena de Segarra es viajar en el tiempo hasta épocas en que los caballeros templarios llegaron a tierras de frontera. Entramos a un lugar en donde, a principios del siglo XII, Ramon Berenguer III (el de la estatua a caballo que hay en Barcelona y tiene una plaza dedicada) cedió el castillo de Granyena de Segarra a la Orden del Temple, en donde los templarios establecieron la Comanda de Granyena. Considerada, la primera comanda en los condados catalanes.
En la actualidad, el castillo se encuentra prácticamente en ruinas, aunque conserva algunos espacios que se cree se corresponden con las dependencias que surgieron de la remodelación a que se le sometió en el siglo XIX, para reconvertirlo en una finca de uso rústico.
Junto a los restos del castillo, situados evidentemente en la parte alta del núcleo de casas, hay la pequeña capilla dedicada a Sant Miquel, de aspecto perfectamente restaurado, frente a la cual hay un mirador, desde el que se pueden disfrutar de unas preciosas vistas panorámicas hacia la parte nordeste de la comarca de la Segarra.
¿Qué era una comanda templaria? | Pues según el resultado de nuestra búsqueda googlera, el Temple estaba organizado a través de una estructura piramidal muy jerarquizada, cuyo vértice se encontraba en Jerusalén. En la base de la pirámide estaban las comandas, que eran los conventos en donde vivían los frailes templarios. Podían fundarse en granjas, casonas, castillo o palacios. Cada una controlaba su propio patrimonio. Y cuando no estaban en guerra, se transformaban en unos perfectos centros de explotación agrícola.
La iglesia parroquial de Santa Maria
El núcleo más antiguo de Granyena de Segarra se sitúa en la zona del castillo y en las calles que descienden por la colina. En la parte más baja están las construcciones de época moderna.
Entre esos edificios destaca, tanto por tamaño como por importancia, la iglesia parroquial de Santa Maria, considerada como uno de los templos más grandes de la Segarra.
De estilo neoclásico, ha perdido todos los elementos románicos del templo primitivo, y destaca por la bonita portada que preside la fachada principal, situada al final de una larga escalinata, algo que todavía hace que el conjunto parezca más espectacular.
La visita del interior nos invita a subir hasta lo alto del campanario, desde donde tenemos la oportunidad de disfrutar de nuevas panorámicas sobre la Segarra. Esta vez del pueblo y de los extensos terrenos que lo rodean. Ahí es, también, el momento de la visita en la que nos acercamos al relato de esa “colaboración vecinal», que hemos comentado, y que gira en torno a la historia de una de las campanas.
La campana 1747
Se trata de la Campana 1747, cuya historia, aventuras y desventuras se puede leer de manera pormenorizada en un cuadro que hay colgado en el centro social del pueblo.
Pero, he aquí, un breve resumen sobre el tema que nos ocupa. A iniciativa de los vecinos de Granyena de Segarra, allá por el siglo XVIII, se encargó la fundición de una campana para la iglesia parroquial a un fundidor de Lleida [cuyo nombre aún consta en el propio cuerpo de la campana con la inscripción «Franciscus Martrus me fecit»]. El mes de abril de 1747 ya estaba acabada, y se colocó en el campanario de la iglesia [en el XIX, esa misma campana se recolocaría en el nuevo campanario].
Una vez colocada, los vecinos tuvieron que esperar hasta octubre de 1747 para que el obispado de Solsona, del que dependía el templo, les otorgase la licencia para bendecirla, y entrase en funcionamiento para anunciar las horas y festejar los días señalados. El problema llegó la Noche de Reyes de 1941, cuando la campana se rajó mientras estaba tocando el toque de fiesta, y automáticamente dejó de poder repicar. Desde entonces, sigue rajada, sin poderse usar.
#campanadegranyena1747
Es por ello que, los vecinos del pueblo, siguiendo el ejemplo de los vecinos que la mandaron fundir, han iniciado una acción de recogida de fondos para financiar su restauración. Y aunque han conseguido parte del montante, todavía les quedan por recaudar algo más de 1.500€, que esperan conseguir en breve. Para ello nos pidieron que compartiésemos esta historia con el hashtag #campanadegranyena1747, y animásemos a nuestros lectores a ayudarles a conseguirlo.
Esperamos que alguien se sume al esfuerzo de ayudarles en su empeño.
Finalizado el recorrido por el pueblo, nos vamos hasta el centro social para tomarnos un aperitivo y reponer energías para seguir segarrejant.
Montornès de Segarra
Llegamos a Montornès de Segarra, uno de esos pequeños pueblos en donde se esconden joyas arquitectónicas poco conocidas, que siempre sorprenden. Un lugar en donde el modernismo dejó su huella, por duplicado.
El pueblo, tal y como hemos ido viendo hasta el momento en nuestras anteriores paradas de la ruta, también se encuentra en una colina, coronada por los restos de su antiguo castillo medieval. No obstante, los dos elementos patrimoniales más importantes del pueblo poco tienen que ver con ese pasado, sino, con otro mucho más cercano. Se trata del cementerio, que está ubicado a las afueras del núcleo habitado, y del edificio de las escuelas públicas.
Ambas construcciones fueron promovidas por el indiano Josep Balcells i Cortada quien, habiendo nacido en Montornès de Segarra, acabó emigrando a Cuba en busca de fortuna. Una vez enriquecido, y ya de regreso, subvencionó diferentes iniciativas para mejorar la calidad de vida del pueblo. Y, entre ellas, las dos joyas patrimoniales que todavía hoy lucen en todo su esplendor.
El cementerio modernista
A pesar de que no a todo el mundo le gusta ir a recorrer cementerios, hay que reconocer que una breve visita al de Montornès de Segarra vale mucho la pena.
Situado en una zona boscosa, a las afueras del pueblo, destaca por el color amarillo de sus muros, las grandes torres esquineras con cubiertas de tejas vidriadas, y por los diversos elementos eclécticos que el arquitecto usó en su decoración.
Entre los materiales usados habitualmente en época modernista, destacan el hierro forjado, la cerámica y el vidrio de colores. Y, por supuesto, uno de los detalles a destacar es el panteón-capilla de la familia Balcells, situado enfrentado a la cancela de forjado que da acceso al recinto.
El edificio de las antiguas escuelas
El edificio, que se conoce como «el de las antiguas escuelas», está dentro del núcleo urbano, y se llega a él a través de la calle Major, por la que hemos accedido al interior del pueblo, tras dejar atrás el camino del cementerio.
La construcción llama la atención por sus dimensiones, en comparación con el resto de edificios que se encuentran en sus proximidades. Aunque el edificio está cerrado, el propio exterior permite disfrutar observando los detalles de su riqueza arquitectónica.
Destaca el porche, rodeado de columnas de obra vista que sostienen la cubierta, bajo la que se aprecia un cuidado entramado de vigas de madera que le dan cierta singularidad a la construcción.
Mas de Bondia
Aunque durante lo que llevamos de ruta hemos pasado por diferentes núcleos que antiguamente estuvieron resguardados por murallas, llegamos al primer lugar donde realmente tenemos la sensación de acceder a un pueblo encerrado tras una puerta de entrada.
Se trata del Mas de Bondia, a donde tenemos que acceder a través de un portal incrustado en la fachada de un edificio, que nos lleva a una calle principal, que a lo largo de todo su recorrido está franqueada por dos líneas de casas, y que acaba en otra puerta cerrada, situada al otro extremo. La sensación es que el pueblo tiene una única calle.
Los orígenes del Mas de Bondia hay que situarlos en una antigua masía aislada, situada en la parte alta de una colina, que se fue ampliando con la construcción de diferentes casas anexadas en la parte posterior, creando una especie de corredor franqueado por casas, que acabó convirtiéndose en la calle principal, que es el carrer Portal.
Algo que llama poderosamente la atención del conjunto es que la puerta de acceso al núcleo habitado, es decir, el portal de entrada simulado lo que debió ser la puerta de acceso a la antigua masía, que todavía conserva la fachada principal.
Entre los edificios que hay en el carrer del Portal, está la iglesia parroquial dedicada a Sant Bartomeu, perfectamente integrada entre el resto de casas. De origen medieval, tiene una fachada coronada por un campanario de espadaña y sobre la puerta, en lugar de óculo, tiene un reloj. Algo que es toda una curiosidad.
Ametlla de Segarra
Y llegamos al final de nuestra ruta, visitando el cuidado pueblo de Ametlla de Segarra en donde, además, nos empieza a acompañar un cielo azul intenso, una vez se ha levantado el día que nos venía precediendo desde el inicio de la ruta. Algo que queremos destacar, ya que la intensidad de la luz de ese precioso color todavía hace más bonito el lugar en el que estamos.
El pueblo cuenta entre su patrimonio arquitectónico con tres lugares de interés. No obstante, debido al poco tiempo de que disponemos no podemos visitarlos con detalle.
Cal Perelló
El primero de los tres edificios es Cal Perelló, una antigua casa solariega, propiedad de la familia de los Perelló, barones de Renau, y que está considerada como una de las primeras casas que formaron parte de ese núcleo.
Actualmente está reconvertida en casa rural y se ha incluido en el inventario del Patrimoni Arquitectònic de Catalunya. Dicen que la casona cuenta con una gran sala noble, construida en el siglo XVII, de la que no podemos dar fe al no haberla podido visitar. Lo que es evidente, que los exteriores de la construcción ya dejan constancia de la grandeza que debe guardar el interior.
La iglesia parroquial de Sant Pere
El segundo lugar que hay que visitar en l’Ametlla de Segarra es su iglesia parroquial. Una iglesia románica del siglo XII, dedicada a Sant Pere, que está considerada como un excelente ejemplo del estilo románico rústico de la Terra Ferma, que destaca especialmente por su sencillez.
La torre cilíndrica
Y en tercer, y último lugar, visitamos la torre cilíndrica del castillo, que de hecho es la única parte que sigue en pie. Se encuentra perfectamente restaurada, y a través de una escalera de hierro que se ha colocado anexa a la parte exterior, permite ascender a la parte superior de la torre, desde donde puedes disfrutar de otras excelentes panorámicas de la Baja Segarra.
Y finalizamos con una puesta de sol
Y acabamos nuestro recorrido ya con la caída del sol, haciendo una nueva parada en una zona de las afueras de les Oluges, donde nos situamos a esperar para poder captar ese momento en que el sol se pone tras la silueta lejada de Montfalcó Murallat. Un lugar que la falta de tiempo nos ha impedido visitar, pero al que regresaremos para seguir segarrejant.
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