Las gentes de por aquí siempre tenemos la tendencia a defender la tradición frente a la globalización, pero con la boca pequeña. Si leemos en alguna red social (o cualquier otro medio de comunicación) que podemos participar en un concurso para celebrar la festividad de San Valentín, en el que podemos ganar pasar una noche para dos en una suite con jardín privado, cena romántica, almuerzo, botella de cava y fresas -al más puro estilo Pretty Woman-, los ojos nos empiezan a centellear, y pensamos que en el amor y en la guerra todo vale, aunque la celebración ya tenga más olor a montaje Made in USA, que aroma a «contigo hasta la eternidad».
El amor es sólo una palabra hasta que viene alguien y le da sentido
Fuente: El blog de idiomas
Cada mes de febrero se nos vuelve a plantear un dilema similar al de Todos los Santos en noviembre… Especialmente para los que consideramos que el verdadero patrón del amor es nuestro insuperable Sant Jordi.
Pero como para celebrar Sant Jordi todavía quedan dos meses, y ahora en febrero se nos presenta la oportunidad de celebrar (¿por qué no?) otra fiesta del amor, muchos se lían la manta a la cabeza, se meten de lleno en la globalización, se vuelven volubles y se acaban decantando por disfrutar de la festividad de manera sutil, sin que se note… Ya que hay que recordar que: «love is alway in the air».
El origen de San Valentín
Pero situémonos en el porqué de tanto corazón. Y como ya hemos hecho en otras tantas ocasiones, nos trasladamos a la antigua Roma para situar el origen de la fiesta.
La fiesta pagana
Por aquel entonces existían diferentes celebraciones paganas relacionadas con el amor y la fertilidad, donde se solían realizar ofrendas y sacrificios en honor de Cupido, dios romano del amor. Unas de las fiestas más populares de la ciudad de Roma eran las Lupercales, que se celebraban cada año entre el 13 y el 15 de febrero.
La fiesta cristiana
Con la llegada del Cristianismo, como solía ocurrir, esas fiestas paganas se prohibieron y se sustituyeron por otras bien vistas por la Iglesia, que se empezaron a celebrar el 14 de febrero. Y San Valentín fue el elegido.
¿Y por qué ese santo? Pues porque, además de santo y mártir, fue un antiguo sacerdote romano que desafió a las autoridades celebrando, secretamente, matrimonios entre jóvenes para impedir que tuviesen que servir como soldados, dado sus nuevos compromisos familiares. Tras ser descubierto fue detenido (¡oh, sorpresa!), siendo emperador Claudio II (¡no confundir con el Claudio de Robert Graves!), quien ordenó encarcelarlo y, finalmente, ejecutarlo el día 14 de febrero del 270 dC.
Parece ser que, ya consolidada la celebración con tintes amorosos, en la Inglaterra medieval se inició la costumbre de enviarse versos entre los enamorados, tradición que en el siglo XIX derivo en tarjetas postales con corazones e imágenes de Cupido. Y así llegamos hasta Esther Howland, una artista estadounidense, quien en 1840 empezó a comercializarlas dando origen a lo que se conocería popularmente como valentines.
Se considera que la primera carta «oficial» de San Valentín fue el poema que envió el Duque de Orleans, Carlos I, a su esposa Bona de Armagnac, durante su cautiverio en Londres, tras ser hecho prisionero en la batalla de Azincourt, durante la Guerra de los Cien Años. (Sus aptitudes como poeta y escritor le han otorgado ser considerado el «padre de la poesía lírica francesa».
Fuente: The oldest known surviving Valentine
Según parece, en los países nórdicos continua manteniéndose el concepto de fiesta pagana, inspirada en la naturaleza y el ciclo del año, ya que es momento en que las aves empiezan a aparearse, con el consiguiente simbolismo del amor y la creación.
La fiesta comercial
Y fue a lo largo del siglo XX cuando el Valentine’s Day, ya consolidado en Estados Unidos, se convirtió en un motor de merchandising que llevó a idear cajas de bombones, caramelos, pasteles, peluches y ramos de rosas en forma de corazón, preparados especialmente para la ocasión.
A España la fiesta llegó a mediados de los 60, con un espíritu totalmente comercial, y no hace falta mencionar quién fue su promotor. ¡Seguro que ya te lo imaginas!. Parece ser que febrero era el único mes del año en que no había ninguna fiesta popular para incentivar las ventas, y el espíritu de San Valentín ayudó a ello.
No obstante, en lugares como es el caso de Catalunya, la apuesta por Sant Jordi como día de los enamorados siempre le ha presentado una dura competencia.
De paseo por Barcelona a la caza de San Valentín
Y para no queremos quedarnos sin investigar un poco más, para corroborar nuestras afirmaciones, os proponemos un pequeño paseo por el centro de Barcelona, a la búsqueda de una calle, una imagen, una parroquia o un lugar dedicado a nuestro Santo, que nos ha dado un resultado negativo… Aunque, si alguien puede corregir nuestra conclusión, se lo agradeceremos.
Lo que sí que nos ha quedado claro es que el recorrido que ha transcurrido por espacios y arterias comerciales si que nos ha hecho tropezarnos con infinidad de corazones de todos los colores, especialmente en pastelerías, floristerías, tiendas de lencería o perfumería. Lo que corrobora que San Valentín y el amor son una pareja perfecta para incentivar el instinto consumista de la sociedad.
En el recorrido desde la Rambla a Portal de l’Ángel, una tienda de regalos para turistas luce un enorme corazón de peluche en en su escaparate con la inscripción: «I love you». Un poco más abajo, en la pastelería más famosa de la Rambla, el escaparate nuestra atención repleto de corazones acompañados de pasteles y bombones, especialmente empaquetados para regalar por San Valentín.
De camino hacia Sant Jaume, un gran corazón en el escaparate de una tienda de bisutería nos recuerda que el día 14 es San Valentín, y toca pensar en regalar alguna cosa a nuestro enamorado o nuestra enamorada. Y ya en la recta final del recorrido circular, atravesamos un Portal de l’Àngel donde los corazones inundan los escaparates de todos los comercios.
Rosas, rojos, de papel, de tela, grandes, más pequeños… pero todos «directos al corazón».
Queda claro que en Barcelona somos de Sant Jordi, pero si se nos presenta la oportunidad de celebrar el amor -aunque sea disfrazado de Black Friday… ¡ahí que vamos!
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