Desde que descubrí hace cinco años la película Anchorman: The Legend of Ron Burgundy (fue traducida al español como El Reportero -título poco acertado-), dirigida por Adam MacKay y protagonizada por Will Ferrell y Christina Applegate, no he dejado de pensar en la gran responsabilidad que supone ponerse al frente de un informativo. Obviando la parte cómica del argumento del film, la película presenta magistralmente la figura del anchorman (“hombre-ancla”).
La información adquiere un valor añadido cuando el periodista preside la pantalla, especialmente en los programas informativos, pues alguien tiene que ser la referencia informativa para los ciudadanos. Representada en la televisión española a lo largo de la historia por periodistas como Pedro Macía, Ernesto Sáenz de Buruaga, Ángeles Caso, Concha García Campoy, y más recientemente, Matías Prats, Pedro Piqueras o Ana Blanco, la figura del anchorman se refiere al presentador al cual acude la audiencia por afinidad y confianza. El espectador cree que nadie le podrá contar las noticias mejor que ese periodista.
Y aunque son los periodistas anteriormente nombrados quiénes han puesto cara y voz a las noticias en España, caemos en un error cuando pensamos que la emisión de un buen o mal informativo es mérito o error suyo porque, en realidad, la elaboración de un buen informativo en televisión exige un trabajo de complejidad y sencillez milimétrica.
Hablo con conocimiento de causa, pues el martes tuvimos que, junto a unos compañeros de clase, grabar un informativo en riguroso directo. Hay que asumir que el trabajo en la elaboración y presentación de un informativo, depende por completo de un equipo bien coordinado. El presentador es la persona que conecta con el público y tiene la agradecida responsabilidad de enfrentarse a la cámara, pero detrás de él, más de una decena de personas han tenido que ejecutar una acción o más acciones –quizás muy simples- pero, sin la cuales, no funcionaría el engranaje.
En nuestro caso, marcamos un solo objetivo: hay que trabajar para convertirse en una ventana abierta a la información. Nada de espectáculo. Ni de sensacionalismo. Solo noticias. Y cuanto más objetivas, mejor. La lógica televisiva exige que la información sea breve para que pueda ser consumida sin requerir esfuerzo por parte de los telespectadores y, para ello, la preparación requiere de responsabilidad y profesionalidad.
Seguro que nuestra puesta en escena fue mucho menos sofisticada que la de las grandes cadenas de televisión. Y, consecuentemente, también el resultado. Pero no fue, por ello, menos profesional. Nunca acabas de aprender y, en nuestro caso, nos queda mucho trabajo. Vamos por buen camino. ¡Qué nadie nos niegue el sueño de convertirnos en grandes periodistas!