Antes de seguir nuestro paseo por Sarrià, os voy a explicar una historia que tuvo lugar aquí, dos siglos atrás, que realmente me sorprendió cuando me la explicaron, y que nos hace retroceder en el tiempo al París de la época del «Terror».
Una historia de la época del «Terror»
Si vais a París, una de las obligaciones de un perfecto turista es darse un paseo por el Sena a bordo de un Bateau Mouche (con cena o sin ella). Cuando el Sena se divide en dos, al llegar a la Ile de la Cité, una vez superado el Pont Neuf (que a pesar del nombre, es el más antiguo de París), nos encontramos con un austero edificio de piedra, que a pesar de no tener ningún encanto especial (¡recordemos que estamos en París!), sus paredes chorrean historia de Francia. Es la Conciergerie, en el 1, Quai de l’Horloge.
El edificio que actualmente forma parte del Palacio de Justicia, fue una terrible prisión (similar a lo que representó la Torre de Londres en Inglaterra) entre 1391 y 1914, siendo el periodo de la Revolución Francesa, entre 1789 y 1799, cuando vivió su «máximo esplendor». Su prisionera más famosa, sin lugar a dudas, fue la reina Maria Antonieta de Francia; de ahí la leyenda que envuelve el lugar. También estuvo presa Charlotte Corday, la asesina de Jean-Paul Marat. Y, aunque no he podido comprobarlo de cierto, dicen que también pasó por sus celdas la protagonista de la historia que hoy os voy a explicar.
La procedencia noble de Luisa María Adelaida
Luisa María Adelaida de Borbón (Louise Marie Adélaïde de Bourbon, nombre original en francés) nació en París, en el Hôtel de Toulouse (actual sede del Banco de Francia), el 13 de marzo de 1753. Primero se le conoció como Mademoiselle d’Ivry, y después como Mademoiselle de Penthièvre. Llevó el título de duquesa de Chartres entre 1769 y 1785, y el de duquesa de Orléans de 1785 hasta su muerte en 1821, a causa de un cáncer de mama.
Los duques de Pentrièvre
Su padre fue Luís Juan María de Borbón, duque de Penthièvre (hijo de Luis Alejandro de Borbón, conde de Tolosa -hijo menor legitimado de del rey Luís XIV de Francia y de su amante Madame de Montespan-, y de María Victoria Sofia de Noailles, -una de las hijas de Anne-Jules de Noailles, conde de Ayen, duque de Noailles y mariscal de Francia-).
Su madre fue Maria Teresa Felicita de Este (hija de Francisco III María de Este, duque soberano de Módena y Reggio, y de Carlota Aglaé de Orléans, Mademoiselle de Valois).
Su padre, además del título de duque de Penthièvre, que llevó desde su nacimiento, fue príncipe de Lamballe (que otorgaría como título de cortesía a su único hijo varón que sobrevivió a la niñez), príncipe de Carignano, duque de Rambouillet, duque de Aumale, duque de Gisors, duque de Châteauvillain, duque de Arc-en-Barrois, duque de Amboise, conde de Eu y conde de Guingamp.
Con todos estos antecedentes, queda clara la procedencia noble de María Adelaida.
Además de noble, millonaria
Además de noble, y tras la muerte de todos sus hermanos mayores, María Adelaida heredó una de las mayores fortunas de Europa. Su padre fue el mayor terrateniente de Francia y propietario de bienes incalculables que legó Luís XIV a sus herederos legíticos, a los que sumó el importante patrimonio que heredó de su tío el Duque de Maine. Entre sus propiedades contaba con el castillo de Ramboüillet, el castillo de Sceaux y el castillo de Anet, además de tener el derecho de cobrar un impuesto sobre todos los barcos que atracaban en los puertos franceses por ser Gran Almirante de ese país.
Debido a que su madre murió un año después de su nacimiento, en sus primeros años Maria Adelaida se educó en la Abadía de Mujeres de Montmartre, donde las abadesas procedían de grandes familias aristócratas y, a partir de los siete años, empezó a recibir formación específica como miembro de la alta nobleza. Aprendió a bordar, cantar, bailar y a cultivar las artes con la finalidad de ser presentada en sociedad, de acuerdo a las estrictas normas de la Corte. El 7 de diciembre de 1768, de la mano de su tía materna, Maria Fortunata de Este, condesa de La Marche y princesa de Conti, se celebró su ceremonia de Nubilité para presentarla en la Corte.
La Casa de Orleáns
Ya en su adolescencia conoció, de manera casual, a Luís Felipe José de Orléans, aristócrata francés que pertenecía a una de las ramas pequeñas de los Borbón y a la Casa de Orléans. Desde su nacimiento recibió el título de duque de Montpensier y, tras la muerte de su abuelo, el de duque de Chartes, títulos que ya ostentaba en el momento de prometerse con Maria Adelaida. Tras el fallecimiento de su padre, Luís Felipe I de Orléans el Grande, recibió el título de duque de Orleáns y el de Primer príncipe de Sangre, título honorífico que recibían los que formaban parte de la línea de sucesión al trono francés tras los descendientes directos del rey.
Maria Adelaida, que con solo quince años se había convertido en la heredera más rica de Francia, fue la noble que eligió la familia del duque de Orléans para concertar el matrimonio de Luís Felipe José, cuando no llegaron a buen término las negociaciones para prometerlo con la hermana de la delfina de Francia.
Nobles en la corte de Versalles
La boda se celebró en el Palacio de Versalles, el día 5 de abril de 1769, de acuerdo con todo el boato y el ceremonial establecido en la corte de Luís XIV. Recién casados, el matrimonio se instaló en Versalles, en donde la nueva duquesa cumplió a la perfección con las obligaciones sociales que comportaba su nuevo estatus. Tuvo seis hijos, de los que sobrevivieron cuatro. Luis Felipe d’Orléans, duque de Valois y duque de Chartres -que reinaría en Francia como Luís Felipe I entre 1830 y 1848-; Antonio Felipe de Orléans, duque de Montpensier; Luísa María Adelaida de Orléans, Mademoiselle de Orléans y Luis Carlos de Orléans, conde Beaujolais.
En 1780, el matrimonio se trasladó al Palais Royal de Paris cuando el duque de Orléans tomó posesión de el mismo tras heredarlo. Comenzó un proceso de ampliación y remodelación de la mansión, que culminó en 1784 con la apertura a los parisinos de los jardines y las galerías, que se convirtieron en las precursoras del siglo XVIII de un centro comercial para compras y ocio. La familia habitaba en la zona de la mansión principal, pero el resto del palacio llegó a albergar cafeterías, tiendas, peluquerías, restaurantes y casas de juego. Incluso, se dice, que las cortesanas que rodeaban los círculos de la reina Maria Antonieta se acercaban a las columnas en busca de clientes.
Y llega la Revolución
El matrimonio nunca llegó a funcionar bien, y con el inicio de la Revolución Francesa se inició un distanciamiento, que acabaría en su separación definitiva. Tras los primeros desórdenes, la Duquesa solicitó permiso para poder estar al lado de su padre, que se encontraba muy enfermo, y se trasladó a vivir al Castillo de Bizy en Normandía, y tuvo que dejar a sus hijos a cargo de la amante de su marido. A partir de ese momento los acontecimientos revolucionaros comenzaron a fluir de manera incontenible. Se produjo el hundimiento de la monarquía, el encarcelamiento de los reyes tras el asalto al palacio de las Tullerías, el atroz asesinato de la cuñada de María Adelaida, la princesa de Lamballe, durante las masacres de septiembre de 1792 y la ejecución del rey Luís XVI, hechos que afectaron profundamente al padre de la duquesa de Orléans, que falleció el 4 de marzo de 1793.
Ese mismo mes ocurrió un hecho que marcaría el futuro de los miembros de la Casa de Orléans. A pesar del firme apoyo que habían demostrado hacia la causa revolucionaría, tanto el Duque de Orléans (que renunció a sus títulos y cambio su nombre por el de Felipe Igualdad), como su hijo mayor, tras el ejecución de Luis XVI, el general Charles-François Dumouriez y el mismo Luis Felipe de Orléans desertaron a las filas austriacas, lo que provocó el encarcelamiento de todos los miembros de la familia y el embargo de todos sus bienes.
Felipe Igualdad, que había votado a favor de la ejecución de su pariente Luis XVI, fue detenido junto a sus dos hijos varones y a su hermana, Luisa María Teresa Batilde de Orléans, duquesa de Borbón, y enviados a la prisión del Fuerte de Saint-Jean en Marsella. María Adelaida, por su parte, fue confinada en su residencia de Bizy y posteriormente trasladada al Palacio de Luxemburgo, que se había convertido en prisión. Su hija Adelada d’Orleans logró refugiarse en Suiza junto a su tía abuela, la princesa de Conti.
A pesar de su arrogancia y su apoyo a la causa revolucionaria, y debido a diferentes errores, tanto suyos como de sus colaboradores en una época marcada por los odios y las venganzas, el duque de Orléans fue guillotinado el 7 de octubre de 1793, veinte días después de la ejecución de la reina Maria Antonieta.
La viuda Igualdad
Una vez viuda, Maria Adelaida empiezó a ser conocida con el mote de la viuda Igualdad, y a pesar de su desgracia fue en ese momento de su vida cuando conoció a Jacques-Marie Rouzet, exmiembro de la Asamblea Nacional que también fue encarcelado, y que se convertiría en su amante de por vida. En 1794 estuvo a punto de ser llevada al patíbulo, pero tras el final del Terror, la Revolución dió un cambio a su favor. Fue trasladada a la Pensión Belhomme, un antiguo hospital adaptado como cárcel para ricos. Gracias a la intervención de Rouzet fue puesta en libertad, al igual que sus dos hijos que aún estaban presos en Marsella. Tras su liberación se casó en secreto con Rouzet.
En 1795, el Directorio dictaminó la expulsión de los Borbones de Francia, por lo que ella, su cuñada Batilde de Orléans, su tio materno Luís Francisco de Borbón, príncipe de Conti y sus dos hijos tuvieron que exiliarse.
Y el exilio la trajo a Barcelona
El duque de Montpensier y el conde de Beaujolais se fueron a los Estados Unidos, de donde ya no regresarían a Europa. El resto salió de Paris con destino a Le Pertus, a donde llegaron tras dieciocho días de viaje. La Duquesa y su séquito permanecieron en esta población durante tres meses antes de cruzar la frontera. Parece ser que residieron, primero en el Palacio de Ca l’Armet, y después en el Castillo de Bellegarde. El 25 de diciembre de 1797 llegaron finalmente a Barcelona. Según las fuentes que he consultado, después de residir en un domicilio provisional, se instalaron en casa de la familia Albareda, antepasados del Conde Güell, que estaba situada en la calle de Sarrià que hoy día lleva su nombre, pero de la que no he encontrado ninguna información.
Una vez en España, se les unió Rouzet y la hija de la Duquesa, que viajó desde su refugio en Bavieria, a donde fue tras dejar Suiza. Enseguida, la Duquesa creó una pequeña corte a su alrededor, en la que se recibía la visita de diferentes autoridades de la ciudad, como el embajador español en Francia, José Nicolás de Azara, el obispo de Barcelona, Pablo Sichar Ruata, el cónsul francés y diferentes miembros de la nobleza catalana. La vida se desarrolla al más puro estilo de los salones del siglo XVIII, donde se hablaba de literatura y de arte, se escuchaba música y se discutía de política o de religión. Rouzet se convirtió en el canciller de la Duquesa, y ésta consiguió que lo nombrasen conde de Folmont y que le concedieran la Cruz de Malta.
Batilde de Orléans, a pesar de sus limitados recursos económicos, estableció una farmacia y un dispensario para pobres, dando asilo a todos quienes necesitaban ayuda, y acabó convirtiéndose totalmente republicana. A pesar de su admiración inicial hacia Napoleón, el fusilamiento de su hijo en el Castillo de Vincennes y su prohibición a regresar a Francia por un periodo de diez años, hizo que llegase a odiar al emperador. En 1814, cuando regresó finalmente a Paris y fue aclamada por las calles como madre del Mártir de Vincennes, lo tomó como el triunfo de su venganza contra Napoleón.
El príncipe de Conti, que recibió una provisión económica en 1804, murió en Barcelona el día 10 de marzo de 1814. Fue enterrado en la Iglesia de Sant Miquel, pero en 1844 el rey Luis Felipe I, ante la posible demolición de la iglesia, ordenó al cónsul de Francia, Ferdinand de Lesseps, que se encargase de inhumar el cadáver y trasladarlo al panteón real de Dreux, donde todavía permanece.
Según parece María Adelaida permaneció en Sarriá durante tres años. En la primavera de 1801 intentó regresar a Francia, por lo que se trasladó primero a Figueras, después a la Escala y finalmente a Palamós desde donde, coincidiendo con la entrada de las tropas napoleónicas en España, embarcó rumbo a Mahón y de allí a Palermo. Durante la Restauración (1814-1830), en la que la Casa de Borbón volvió a reinar en Francia, Maria Adelaida regresó a Francia junto a su inseparable Rouzet. Intentó recomponer parte de la fortuna que le habían confiscado durante la Revolución, por lo que inició infinidad de procesos. Asimismo puso todo su empeño en construir una nueva sepultura para su familia, cuyos restos habían sido profanados durante la Revolución y enterrados en una fosa común. Para ello mandó restaurar las criptas de la Capilla Real de San Luis del Castillo de Dreux, diseñando lo que su hijo el rey convertiría posteriormente en la necrópolis de la nueva Familia Real francesa: Los Orléans, donde trasladaron el cadáver del Príncipe de Conti desde Barcelona, como he comentado anteriormente.
Allí es donde también enterraron a Jacques-Marie Rouzet, que murió en 1820, y a la propia Duquesa d’Orléans, que fallecería el 23 de junio de 1821, en el Castillo de Ivry-sur-Seine, localidad próxima a París.
Antigua calle de la Pau
El nombre original de la calle Duquesa de Orléans era calle de la Pau, y debido al cambio de nombre, la escritora Carmen Karr, vecina notable del lugar y que tiene dedicada una pequeña calle junto al passeig de la Reina Elisenda de Montcada, escribió una glosa que se publicó en el semanario El Crit, y de la que he extraído unos párrafos que nos explican cómo era la calle por aquel entonces:
El meu carrer és quiet, modest, familiar, alhora que senyorívol. Hi ha poc trànsit. Els carros, ni els camions no hi passen, és sens dubte per això que no s’hi sent mai una batalla, ni fereix l’oïda cap renec. Tampoc hi ha botigues, ni –de comptat- comaratges, i és tal volta per això que és, en aqueix amable i clar a Sarrià, més conegut per «carrer dels senyors» que no pas pel titre aristocràtic que avui ostenta, evocant una infanta forastera, que en èpoques tèrboles del seu país vingué a refugiar-se en la pau d’aqueix ex-poblet de Catalunya….
El meu carrer, fins fa pocs anys encara, portava un nom gentilment escaient, reconegut oficialment en les blanques lápides i en les Guies de Barcelona: calle de la Paz.
En aquests moments en què tants carrers i places de la ciutat nostra van reconquerint llurs noms primitius, ¿per qué el bon petit carrer sarrianenc, tan apartat de sorolls i de revoltes, tan pacífic, no podria tornar a dir carrer de la Pau, com abans? ¿És per qué aquest nom Pau, en aquests dies autumnals tan tempestuosos, tan variables, podria semblar un… anacronisme?