En sus memorias, Ava Gardner escribió: “De todas las condenadas películas que hice, ‘Pandora’ quizá sea la menos famosa y, sin embargo, casi nada me ha influido tanto. Aquella película cambió mi vida”.
A principios de los años cincuenta, un grupo de americanos procedentes del mágico Hollywood desembarcaron en la Costa Brava para rodar la película, “Pandora y el holandés errante”, lo que se convirtió en todo un acontecimiento en la época y representó, según muchos entendidos, el punto de inflexión del interés internacional por esa maravillosa zona del país.
Les seguirían Elisabeth Taylor, Kirk Douglas, Rock Hudson, Truman Capote (que empezó a escribir en Palamós su novela “A sangre fría”), incluso vendría a vivir Nicolás de Woevodsky, miembro de la guardia personal del último zar de Rusia, Nicolás II, que se salvó de la Revolución Bolchevique…
Siguiendo con nuestro periplo gerundense, tras dejar la capital, ponemos rumbo al mar. El lugar elegido, un elegante enclave entre mansiones señoriales y escarpados acantilados. Su nombre, S’Agaró.
Como en muchas otras poblaciones de la Costa Brava, también en S’Agaró se han encontrado restos arqueológicos que dejan constancia de su existencia ya en el tiempo de los romanos, pero el verdadero origen de esta zona residencial lo tenemos que buscar a principios del siglo XX, cuando el empresario Josep Ensesa Pujades recibió, como pago a una deuda, un pedazo de terreno junto a la playa de Sant Pol. Su hijo, atraído por este maravilloso lugar de la costa, decidió construir la emblemática residencia Senya Blanca, en la que viviría y que le convertiría en el impulsor de una ciudad-jardín residencial, al más puro estilo noucentista, que se convertiría en todo un referente de la Costa Brava. El nombre del lugar se eligió a partir del de un riachuelo, l’Agaró, que discurría junto a la misma playa de Sant Pol.
De acuerdo al estilo noucentista y mediterráneo que se quería dar a la zona, el 2 de enero de 1932 se inauguró el Hostal de la Gavina, obra del arquitecto Rafael Masó, de solo once habitaciones, en una época en que el turismo era inexistente y ni se pensaba en el boom que experimentaría unos cuantos años más tarde. El hotel no dejaría de transformarse y ampliarse desde su inauguración, alcanzando la categoría de hotel de cinco estrellas gran lujo en 1953, clasificación que ha mantenido hasta la actualidad.
Supongo que muchos de vosotros cuando oís hablar de S’Agaró, automáticamente lo relacionáis con el glamour y el lujo. Pues bien, ese carácter glamuroso de S’Agaró se debe a las propias tácticas que se utilizaron para promocionarlo. Inicialmente, para dar a conocer el lugar se organizaban excursiones populares desde Barcelona y Girona con la finalidad de que los visitantes participaran en concursos de sardanas, campeonatos de tenis o actividades náuticas. Pasado un tiempo, los eventos se transformaron en otros mucho más selectos, como recepciones, fiestas o cenas de gala, lo que hizo que la burguesía y las clases altas se interesasen en adquirir una segunda residencia en ese lugar, por lo que alcanzó un prestigio social que aún, hoy en día, conserva.
Nada más llegar a S’Agaró, y como ya es hora del almuerzo, nos vamos directamente hacia el restaurante la Taverna del Mar. A pesar que el día ha amanecido lluvioso, a estas horas el sol brilla y se disfruta de una agradable temperatura de primavera junto al mar. Elegimos una mesa en la terraza, en primera línea, y tras consultar la carta nos decantamos por degustar un menú marinero, entre el que no puede faltar una ración de erizos de mar.
La Taverna de Mar, que ya hemos visitado en otras ocasiones, tiene ese encanto de hacerte sentir entre medio del mar y el cielo. Junto a la terraza, cuatro curiosos vestidores de colores nos transportan a épocas pasadas, y le dan una interesante exclusividad a la cercana playa.
Tras finalizar el almuerzo, decidimos no regresar a Barcelona sin dar antes un breve paseo por la Ronda de Mar donde, a pesar del sol, el viento sopla y obliga a abrigarnos.
El Camí de Ronda, dedicado a Josep Ensesa i Gubert, es uno de los lugares más fascinadores del lugar, por lo que ningún visitante que vaya a S’Agaró debe marcharse sin recorrer, ni que sea un pequeño tramo. El camino une la playa de Sant Pol con la de Sa Conca y, bordeando los acantilados, permite admirar imponentes mansiones a un lado, y escarpadas rocas y bellas calas que nos regala el paisaje de esta zona de la Costa Brava, en el otro.
Empezamos el paseo rodeando el Hotel de la Gavina, que todavía está cerrado porque no ha iniciado la temporada. El mar no está especialmente embravecido, pero el ruido del romper de las olas sobre los acantilados pone la banda sonora a nuestro recorrido, entremezclado con los graznidos de infinidad de gaviotas. ¿Me pregunto cómo un ave de sus características puede llegar a transmitir tanto encanto al observarlas volando?
Un elemento destacado del paisaje, además de las rocas y las gaviotas son los impresionantes troncos retorcidos de algunos árboles, que el potente viento que suele soplar en la zona ha ido modelando a medida que han ido creciendo, y que llaman poderosamente la atención.
Después de media hora caminando y observando el paisaje, llegamos a un recodo donde han colocado un marco, que a modo de ventana, nos ofrece un especial punto de foto de la parte final del camino. Elegimos este lugar para poner punto y final a nuestro paseo de hoy. Después de una interesante mañana por Girona, de haber almorzado prácticamente sobre el mar y haber pasado una tarde entre acantilados, ha llegado la hora de regresar a Barcelona.
Cerramos nuestro cuaderno de bitácora por hoy, y nos reservamos en la agenda toda una lista de futuros destinos: Figueres y el mundo daliniano de Púbol y Portillat, Cadaqués, la Bisbal, Pals, Peretallada, Sant Pere de Rodes, Platja d’Aro… Una variada agenda gironina que iremos consumiendo a pequeños sorbos.
Para saber más:
Costa Brava i Pirineu de Girona
Catalunya