Así me gusta recorrer mi ciudad, sin pausa, porque sus posibilidades son infinitas y, sin prisa, porque es la mejor forma de redescubrir sus rincones, esos lugares que nos atrapan nada más verlos, cuya imagen se dibuja ante nosotros como si de una obra de arte se tratara. Y, así me gustaría que me acompañaseis en un recorrido atípico, personal y emocional, en el que descubrir algunos de mis rincones favoritos.
Soy de la opinión de que cuando visitas una ciudad no debes verlo todo porque así siempre te queda la excusa de tener que volver. Me gusta callejear, dejarme sorprender por rincones inesperados, y a la vez, aunque parezca contradictorio, disfrutar con esa confortable sensación de aquellos lugares que nos hacen sentir como en casa.
Zaragoza nos ofrece la posibilidad de conseguir esas sensaciones. Los vestigios del pasado de una ciudad bimilenaria que ha sido punto de encuentro de diferentes culturas, enriquecen un legado histórico y cultural cuya esencia todavía se respira en muchas de sus calles y edificios. Un pasado que no ha impedido mirar hacia el futuro y que ha permitido seguir construyendo una “Ciudad Inmortal” que no deja de sorprender.
Un buen desayuno
Es hora ya de sumergirse en sus calles, de dejarse llevar, sentir, mirar, escuchar y saborear esos rincones que haremos nuestros. Os propongo comenzar nuestro recorrido con un buen desayuno, de esos que nos endulzan la vida y nos permiten seguir soñando.
El Café Botánico es para ello el lugar ideal, un sitio acogedor, lleno de encanto, donde podréis degustar unos deliciosos bizcochos y tartas caseras. Mi bizcocho favorito es el de jengibre con canela, pero os invito a probar también el de zanahoria, naranja con chocolate o cualquiera de sus tartas. Está situado muy cerca de la Plaza del Pilar, en el Pasaje del Ciclón, una bella galería de inspiración parisina de finales del siglo XIX, que luce espléndida tras un proceso de renovación.
Degustación de historia, arte y gastronomía
Tras alimentar cuerpo y espíritu toca caminar atravesando la plaza del Pilar en esas primeras horas de la mañana donde la basílica se alza imponente ante nosotros mostrando todo su esplendor. Tras pasar las murallas romanas y cruzar por el Mercado Central, un bello edificio modernista de principios del siglo XX, giramos hacia la multicultural calle San Pablo que nos guiará casi hasta llegar al Palacio de la Aljafería. Un edificio singular cuya arquitectura revela una historia enriquecida por el paso de sus diferentes moradores, reyes musulmanes, cristianos, inquisidores, militares y hasta un famoso “Trovatore”, habitaron los muros de un palacio-fortaleza que hoy es sede de las Cortes de Aragón.
Merece la pena visitar el Patio de Santa Isabel e imaginar cómo sería la evocación del cosmos en su Salón Dorado o adentrarse en las salas de Pedro IV que acogieron los festejos allí celebrados con motivo de coronación de los Reyes de Aragón.
Si el Palacio de la Aljafería fue un importante foco cultural en el pasado, el lugar que ahora os propongo visitar se ha convertido en punto de encuentro de todo aquel que quiera estar al día de diversas e interesantes propuestas culturales.
El IAACC (Instituto Aragonés de Arte y Cultura Contemporáneos) Pablo Serrano, es un espacio que invita a la reflexión y a la contemplación de obras que nos alejan de la indiferencia. Pero, además, el edificio cuenta con una sorpresa que agradará al paladar más exquisito, el restaurante QUEMA, tal y como ellos se definen “una prolongación gastronómica del arte contemporáneo”.
Viaje en el tiempo y el espacio a través del agua
Una degustación artística a todos los niveles no nos va impedir disfrutar de nuestra siguiente aventura ¿Queréis descubrir los secretos del agua dulce? Entonces, no podéis dejar de visitar el mayor acuario fluvial de Europa. Sí, sí, está aquí en Zaragoza y fue uno de los pabellones temáticos de la Exposición Internacional de Zaragoza. Tortugas asiáticas, cocodrilos del Nilo, pirañas de vientre rojo, peces payaso, esturiones o arapaimas son algunas de la especies que iremos encontrando a lo largo un recorrido que atraviesa los cinco continentes.
Antes de abandonar el recinto de Expo y volver al centro de la ciudad, podéis aprovechar para dar un paseo y contemplar la belleza de unos edificios en los que todavía, si cerramos los ojos, podemos escuchar los sonidos de lo que para muchos de los zaragozanos fue un mágico verano.
Una magia que pudieron vivir nuestros antepasados cien años antes y que también nos dejó como legado unos de los entornos con más encanto de la ciudad: La Plaza de los Sitios. Así que os propongo un viaje en el tiempo y el espacio para trasladaros, al caer la tarde, al Museo de Zaragoza, cuyo patio se convierte en el lugar ideal para evocar esa mezcla de sensaciones que produce la mezcla de arte, belleza y emoción de una ciudad que sabe disfrutar en buena compañía.
Una despedida cargada de emociones
Nuestro viaje llega a su fin, pero no nos podemos marchar sin dejarnos contagiar del fantástico ambiente que recorre una de las zonas más concurridas de nuestra ciudad, donde podréis disfrutar de algunas de las mejores delicias gastronómicas en lo que a tapeo se refiere. El Tubo de Zaragoza es un ejemplo de como la tradición no está reñida con la innovación y de como un lugar de encuentro frecuentado por los zaragozanos acoge a todo aquel que quiera compartir esos momentos que merece la pena saborear.
Llega el momento de la despedida y no están todos los que son, pero sí son todos los que están, mis rincones favoritos, esos que hoy he querido compartir con vosotros, esos que tendréis que hacer vuestros porque os esperan, aquí, en Zaragoza, para ser recorridos sin pausa pero sin prisa.
ESTE ARTÍCULO ES DE
Belén Egea
Protocolarte | Comunicación, educación y protocolo
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