Un sol radiante y un cielo extremadamente azul –a pesar de las previsiones de lluvia- nos acompañaron toda la mañana de este sábado de junio, durante una nueva visita al Baix Llobregat.
Si en la ruta del año pasado descubrimos Sant Joan Despí, Esglugues y Sant Just Desvern, nuestra segunda incursión en la Ruta del Tram nos ha llevado a Cornellà y a Sant Feliu de Llobregat en la que, además de poder disfrutar de diferentes pinceladas de la gastronómica de la zona, el paseo nos ha permitido movernos entre escenarios que evocan un pasado aristocrático, protagonizado por antiguos nobles y burgueses.
Iniciamos la ruta en la parada de Francesc Macià, en Barcelona, desde donde partimos con dirección hacia Cornellà y nos apeamos en la parada Ignasi Iglésias. Una vez allí, nos dirigimos en un breve paseo hacia El Diván. ¿Qué mejor manera que comenzar nuestra nueva incursión por «la huerta de Barcelona» (Parc Agrari de El Baix Llobregat), que conociendo y degustando una muestra de la gastronomía de la zona, elaborada con productos de proximidad?
El Diván de los sentidos
El Diván de los sentidos es un restaurante-taller de cocina slow food, en el que las materias primas que utilizan, además de seguir el criterio de “bueno, justo y limpio” –como nos explica la chef Eva Davó-, trabajan con una red de productores locales eco-sostenibles y con productos de temporada.
Además de acercar el campo a la ciudad con sus elaboraciones, y de ser la primera aula gastronómica de esta ciudad del Baix Llobregat, en el Diván de los sentidos ofrecen un espacio para la celebración de eventos culinarios –tanto para grandes como para pequeños- donde puedes compartir con tus invitados cómo disfrutar de la gastronomía con los cinco sentidos.
Y qué mejor manera que comprobarlo in person, haciendo que nuestra visita al taller acabe experimentando qué supone elaborar una masa de galletas de mantequilla con los ojos vendados. Una excelente manera de entrenar el gusto y el olfato, para reconquistar de nuevo los sentidos.
Finalizada nuestra «experiencia sensorial», dejamos Cornellà y nos dirigimos hacia Sant Feliu de Llobregat en donde seguimos nuestra ruta.
El Parc de Torreblanca
Tras hacer transbordo de la línea T1 a la T3 en la parada de Montesa, nos apeamos en la parada de Torreblanca desde donde, tras un breve paseo, llegamos al Parc de Torreblanca, nuestro primer encuentro con el pasado noble y aristócrata del Baix Llobregat, que seguro desconocías. De hecho, serán los propios marqueses de Monistrol de Anoia, antiguos propietarios de la finca a la que nos dirigimos, «los que nos darán la bienvenida a sus tierras».
A través de una visita teatralizada –de la mano del grupo Aura Creativa– recorremos un extenso y fantástico jardín romántico, a lo largo de cuyo recorrido se van sucediendo lagos, grutas, islas, cuevas, saltos de agua… Incluso unas esfinges egipcias y varias palmeras hacen que nos traslademos (de manera simulada) a orillas del Nilo.
Aunque existen evidencias de la existencia de esta finca a principios del siglo XIV, es en el siglo XIX cuando adquiere el aspecto aristocrático que luce hoy en día. Lamentablemente ya no se conserva el palacio neogótico que se construyó por aquel entonces y que vino a sustituir la masía que había habido anteriormente, en cuyo espacio actualmente hay un laberinto que reproduce la planta del antiguo edificio. Al contrario, sí que siguen en pie diferentes construcciones de la finca destinadas a servicios, donde hoy en día tiene su sede el Consell Comarcal del Baix Llobregat.
Tras agradecer las atenciones recibidas por parte de nuestros «aristocráticos anfitriones», dejamos atrás el Parc de Torreblanca, cuyo recorrido nos ha llevado desde Sant Joan Despí (por donde entramos) hasta Sant Feliu de Llobregat (por donde salimos), debido a que la enorme extensión del parque delimita con ambas poblaciones del Baix Llobregat.
De nuevo en el exterior, y ya de camino hacia el núcleo antiguo de la población, pasamos frente a la parada de Consell Comarcal, última parada de la línea T3, y en la que se tienen que apear los que vengan directamente hasta el centro de Sant Feliu de Llobregat.
Can Bertrand
Nuestra primera visita es a Can Bertrand, una antigua colonia industrial reconvertida en equipamientos municipales y en un conjunto de casas adosadas y bloques de pisos de lo más interesante, que están declarados “Bé cultural d’interès local”.
La colonia industrial Can Bertrand tiene sus orígenes en 1861, cuando el empresario textil Manuel Bertrand i Cortalé instaló una fábrica dedicada a la fabricación de tejidos de algodón en la localidad. A lo largo de los años, pasó de tener una a seis naves, y a su alrededor -de acuerdo con la filosofía de la época- se levantó todo un conjunto de viviendas y servicios para los trabajadores de la fábrica, llegando a ser una de las más grandes de Sant Feliu.
El conjunto de casas adosadas son las primeras que se construyeron (a finales del siglo XIX), y se encuentran situadas mucho más próximas a la zona de la fábrica que los bloques de pisos. Ocupan dos calles paralelas y todas presentan la misma estructura: planta baja y piso. Los bloques de viviendas plurifamiliares son de estilo modernista y obra de Gabriel Borrell, arquitecto municipal de diferentes poblaciones del Baix Llobregat, y datan de 1925, tal y como se puede leer en las fachadas.
El Palau Falguera
Finalizada la visita a Can Bertrand, nuestra ruta sigue hacia la última y más “aristocrática” parte del recorrido: el Palau Falguera, un lugar especialmente relacionado con la nobleza y la realeza, y donde oiremos hablar de diferentes personajes que no nos serán del todo desconocidos, ya que en un momento u otro de sus vidas tuvieron algo que ver con este rincón de Sant Feliu de Llobregat.
El edificio palaciego sorprende por la austeridad de sus paredes exteriores y contrasta con su riqueza decorativa interior que, aunque no se conserva en todo su esplendor, queda constancia en imágenes antiguas y en algunos de los capítulos que el barón de Maldà –uno de sus habituales- le dedicó en su Calaix de Sastre, la mejor crónica social escrita que se conserva de aquella época.
El palacio se edificó en el siglo XVII a instancias de Jaume Falguera, un comerciante barcelonés enriquecido (algo así como “un nuevo rico”), que con la finalidad de conseguir «relacionarse» con una buena parte de la aristocracia que pasaba por aquella población de camino a Barcelona, adquirió una finca con dos casas rurales que serían el embrión del palacio que conocemos en la actualidad.
Solo dos generaciones más tarde, a través del matrimonio del hijo de Josepa Falguera Pastor («pubilla» de la familia Falguera), la familia de burgueses consiguió acabar emparentándose con la nobleza, concretamente con los marqueses de Castellvell, en cuyas manos acabaría la propiedad del palacio y de la finca que lo rodea (el último propietario de la familia de nobles fue el escritor José Luis de Vilallonga y Cabeza de Cabra, 9º marqués de Castellvell).
Una placa de mármol que hay en la fachada del jardín deja testimonio de la visita del rey Felipe V en 1701, y del rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia en 1927.
Tras la visita al interior, recorremos parte de los jardines, en los que destaca especialmente un imponente estanque presidido por una estatua de Neptuno, y nos acercamos hasta el lugar en que se conserva una emblemática carroza dorada, de origen italiano, y que llegó a la familia de nobles con motivo del matrimonio del 4º marqués de Castellvell con la primogénita del baró de Maldà, Escolàstica d’Amat i Amat, y cuya hija se acabaría emparentando con la familia Falguera.
Aire restaurant
Y hasta aquí nuestra segunda visita al Baix Llobregat siguiendo el recorrido de la Ruta del Tram. Pero como no podía ser de otro modo, la ruta la acabamos frente a un excelente surtido de tapas creativas y mediterráneas del Aire restaurant, entre las que pueden faltar «carxofes del Prat arrebossades» y «musclos al perfum de roses»… De hecho, había olvidado mencionar que desde nuestra llegada a Sant Feliu de Llobregat estamos paseando por «la ciutat de les roses», ¿lo sabías?
Para saber más: Turisme Baix Llobregat
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