A pesar de que la fatídica fecha del 1714 está directamente relacionada con el declive de la ciudad de Barcelona, unos años más tarde se produjeron unos hechos tan importantes, que pondrían los cimientos de la Barcelona industrial. Pero eso no lo digo yo, nos lo explican en una exposición muy interesante que os quiero recomendar: Indianas 1736-1847. Los orígenes de la Barcelona industrial, o lo que yo he querido ver (desde un punto más frívolo y menos histórico), como la revolución en la moda y la decoración de la Barcelona del siglo XVIII, debido a los cambios que comportó en la forma de vestir y en la de decorar las casas.
Hace un mes tuve la oportunidad de participar en una visita guiada a esta exposición, que el MUHBA presenta en el Saló del Tinell. Dos cosas que me llamaron la atención para ir a visitarla: el emblemático espacio que la acoge (símbolo permanente del poder de la Barcelona medieval) y el taller práctico de estampado con que finalizaba la visita.
Siempre que había oído hablar de indianas, me había imaginado a señoras muy acicaladas, paseando sus joyas, plumajes y sombreros por los lugares de moda de la Barcelona del siglo XIX. En otras palabras, las consortes de aquellos indianos que, después de conseguir enriquecerse en la América caribeña, habían regresado a Barcelona para gozar de esas riquezas. Pero nada más alejado de la realidad. Una indiana es el nombre que recibe una tela de algodón estampada, que como su nombre indica tiene su origen en la India u otras zonas de Asia, y que había llegado a Europa para transformar los hasta entonces aburridos y pesados vestidos de lana (o de seda para los más privilegiados), pero de colores apagados y poco variados.
Pues, como comentaba al principio, y según el dicho “que no hay mal, que por bien no venga”, debido a la prohibición del 1718 a la importación de tejidos estampados y la generalización del interés por la adquisición de estas nuevas telas, la tradición artesanal textil de la ciudad, junto a su historia mercantil y comercial, hizo que algunos emprendedores de la época vieran el posible éxito de embarcarse en su fabricación. Y así es como se puso la primera piedra de lo que más tarde se convertiría (tras adaptarla a las nuevas tecnologías -el vapor-), en una industria moderna que situaría a la ciudad en una de las pioneras de la industrialización de Europa. Barcelona pasó a convertirse de un centro de distribución de tejidos procedentes de Oriente, a una ciudad donde se fabricaba (tejidos de algodón y lino), diseñaba y comercializaba, incorporando nuevas e innovadoras actividades como la elaboración de colores o el proceso de estampación.
Tal como ya he comentado y según nos explicó la historiadora que nos acompañó durante la visita, hasta ese momento la lencería y los vestidos habían sido aburridos y pesados. Se usaba el lino, la lana y la seda, y los colores eran apagados y poco variados. Con la llegada del algodón (telas mucho más ligeras y baratas), y de la innovadora técnica del estampado, las casas se llenaron de color (colchas, cortinas, tapicería, decoración de paredes, entre otras) y los vestidos (tanto de hombre como de mujer) empezaron a ser más creativos y a crear tendencia de moda. Se convirtió en un género de consumo masivo y en el centro de la vida social. Ya no solo era un lujo reservado para las élites, como lo había sido la seda.
También supuso un punto de inflexión en el inicio de la transformación del espacio urbano de la propia ciudad de Barcelona. En un principio las primeras protofábricas se instalaron dentro de las murallas; en el barrio de Sant Pere, cerca del Rec Comtal y del Portal Nou, por donde entraba en Barcelona el curso de agua que procedía del río Besòs. Más adelante, ante la necesidad de crecimiento, se empezaron a desplazar hacia la zona del Raval, junto a la Rambla, donde había espacio suficiente y barato, y que se convertiría en el barrio obrero por excelencia de la Barcelona del XIX. Desaparecieron las casas gremiales, y las viviendas para trabajadores empezaron a entremezclarse con las fábricas. La calle Tallers, el passatge Bernardí Martorell, la calle de la Riereta son lugares que esconden miles de historias de esa historia de Barcelona.
Bonaplata, Casaramona, Ca l’Erasme, Juncadella y la España Industrial son algunos de los nombres de fábricas textiles de la zona, pero la más emblemática es la que ocupaba los números 18, 20 y 22 de la calle Riereta, números que sumados daban sesenta (seixanta). Explica Joan Amades, que el propietario se preocupaba más de participar en las fiestas y comilonas que organizaba la Colla de l’Arròs, de la que era miembro, que de la propia organización de su fábrica. Por ese motivo el desorden de la empresa era tan grande que la tradición popular adoptó la expresión semblar Can Seixanta (parecer Can Sesenta) como sinónimo de desorden y desorganización. La expresión que se usa en castellano es la de la Casa de Tócame Roque, y que la Real Academia de la Lengua Española define como: aquella en que vive mucha gente y hay mala dirección y el consiguiente desorden.
Debido a la aglomeración, los problemas de salubridad y de seguridad hicieron imprescindible salir fuera de las murallas, y pueblos de los alrededores como Sant Martí de Provençals, Sant Andreu Palomar, Sants y Gràcia entraron a formar parte del mapa industrial de Barcelona, incluso antes de formar parte de la propia ciudad. En ellos se ubicaron los prados de indianas, extensos espacios exteriores donde se procedía al secado y blanqueado de las telas.
Otra curiosidad que nos explicó fue el cambio que supuso en la diversificación de las especializaciones. Si durante la etapa gremial solo existían las figuras del maestro, el oficial, el pasante, el meritorio y el aprendiz, dentro del organigrama laboral de estas protofábricas se llegaron a contabilizar hasta diecinueve especialidades diferentes.
En resumen, la exposición trata de cómo una situación crítica puede superarse a partir de la reinvención y la introducción de novedades. ¡Será cuestión de tomar nota!
La segunda parte de la visita giró alrededor de un taller práctico, donde pudimos comprobar en directo cómo se hacían manualmente los estampados; desde la preparación de los tintes (mordante de hierro, cromo y estaño para conseguir el color amarillo), hasta el secado final de las telas. El procedimiento era muy laborioso. Se empezaba con el tintado de las telas y se seguía con el lavado, secado, hervido, nuevo lavado y secado final.