“També exerceix una fascinació semblant en aquells que la visiten o que hi van a parar encara que només sigui circumstancialment o esporádica, els quals arriben a patir el síndrome del suburbi, síndrome que comporta un afany irresistible de recuperar, de reivindicar, de reinserir a la societat del món millor tant els habitants com el barri. Però valdrá més que no seguim amb el símil: el lirisme ens podría ofegar”. Francesc Candel. Pròleg Barri de la Mina. Proposta de treball comunitari Fundació Família i Benestar Social 1988”.
[Texto extraído del folleto facilitado durante la visita “Cartografía sensible. La Mina, una llarga mutació” desdelamina.net XXIV Setmana Cultural 2015]. Un excelente resumen que explica, en pocas palabras, lo que se siente cuando visitas la Mina por primera vez.Seguro que los barceloneses que tenemos cerca de 50 años, cuando éramos pequeños, oímos mencionar más de una vez el nombre de Porcioles en casa, y siempre por motivos relacionados con el crecimiento incontrolado de Barcelona y las barbaridades que estaba haciendo con la ciudad. De hecho fue el alcalde de Barcelona que más tiempo estuvo en el cargo durante la época franquista, y su mandato destacó especialmente por la construcción masiva de bloques de pisos y de polígonos de viviendas, especialmente en la periferia de la ciudad, con la finalidad de acabar con la barracópolis en la que se había convertido Barcelona, cosa que desembocó en la creación de nuevos barrios de «barracas verticales».
Uno de esos barrios fue el de La Mina que, cosas de la vida, debe su nombre a la mina que surtía de agua a la fuente que había en el merendero de Can Joanet, situado en el extrarradio de la ciudad, y a donde los barceloneses solían ir a pasar los domingos rodeados de huertos y casas rurales. De hecho, si echamos la vista atrás, el barrio acabó ocupando unos terrenos que en el mapa que trazó Idelfons Cerdà conformaban un gran espacio verde junto al río Besòs, a modo de pulmón de Barcelona, pero que la especulación y los intereses de unos pocos hizo que se acabase abandonando.
Un par de semanas atrás me enteré que como colofón al programa de actividades enmarcadas en la 24ª Setmana Cultural de la Mina se había organizado un paseo colectivo por sus calles, por lo que no dudé en sumarme. Desde que asistí a una conferencia que impartió Paqui Perona, presidenta de Romane Glasura (Veus Gitanes), en Amics de la Unesco de Barcelona sobre el barrio, la cultura de su gente y la gran actividad que se estaba realizando por mostrar la parte amable del barrio, sentía interés por conocerlo.
Es evidente que hablar de la Mina en Barcelona es como hablar del Bronx en Nueva York, un lugar del que muchos hablan pero que pocos conocen, y que identifican inevitablemente con una imagen globalizada de degeneración y marginalidad. Nunca se valora que es un lugar donde habitan personas a las que la vida no les ha dado las mismas oportunidades que hubiesen tenido de haber vivido en otra parte de la ciudad.
Durante el paseo, siguiendo el hilo argumental de la cartografía histórica y actual del lugar, nos fueron reconstruyendo un mapa a partir de rincones del barrio que habían tenido -porque ya han desaparecido- o que tienen un significado especial para sus gentes y para la propia historia de Barcelona, con las inestimables aportaciones de Paco Marín y Josep Mª Monferrer –autor del libro “La història de Sant Adrià llegida des de la Mina”-, muy vinculados ambos con el barrio y que nos guiaron a lo largo de un recorrido, que nos llevó a conocer las tres zonas en que está dividido: la Mina vieja, la Mina nueva y la Mina residencial.
La Mina residencial nació a raiz de las transformaciones urbanísticas que comportó el Fórum Universal de las Culturas de 2004, y que sirvió de excusa para embellecer la zona costera, crear un puerto deportivo y llevar el tranvía hacia el barrio, pero sin acabar de solucionar algunos de los problemas vitales que todavía hoy siguen sufriendo las otras dos zonas del barrio.
El recorrido lo iniciamos justo en el lugar donde había estado la mina de agua que le dio nombre al barrio, próxima al tristemente famoso Camp de la Bota, en donde habían vivido la mayoría de los vecinos que se trasladaron al polígono de viviendas.
Durante el paseo nos fueron recordando fechas y acontecimientos importantes relacionados con la historia del barrio, tales como la recuperación de la municipalidad de Sant Adrià de Besòs en 1958 -debido a la voluntad de limitar el crecimiento de Barcelona estableciendo una franja de separación entre Barcelona y Badalona-, el pasado industrial y el activismo obrero -personificado en la recordada figura de Manuel Fernández Márquez-, y su larga mutación de zona rural a barrio suburbial, y que en la actualidad apuesta por conseguir una mínima promoción socioeconómica que ayude a acabar con la degeneración y el abandono al que se le había condenado. Son evidentes las mejoras urbanísticas, de transporte y de equipamientos pero, como nos comentaron, aún queda un largo camino por recorrer.
Paseando por el barrio te das perfecta cuenta de la intencionalidad que hubo en la ubicación de los bloques de viviendas para mantenerlo aislado de Barcelona. Si en 1969 se mantuvieron las calles abiertas hacia la ciudad, los siguientes bloques se levantaron transversalmente, a modo de muro de separación que, a pesar de las mejoras urbanísticas de los últimos años, continúan siendo una muestra intangible de la isla que crearon. Mientras que por el este se limitaba con el río Besós (el centro urbano quedaba en el otro margen), al sur tenía la playa y el ferrocarril y al norte la autopista. Y las calles que enlazaban con Barcelona quedaban cortadas por los mismos bloques de viviendas.
Hace gracia que la misma Administración de la época (tal y como nos explicaron nuestros guías) llegó a reconocer por escrito la voluntad de crear dicho espacio para enviar a personas “anormales”, no adaptadas a la sociedad. Mientras que los tribunales condenaban a unos a prisión, los gobernantes condenaban al resto a los barrios marginales.
Sin ningún tipo de criterio, ni de respecto a las tradiciones y a la diversidad cultural, allí acabaron hacinadas más de 13.000 personas, procedentes de 36 barrios de barracas, a los que habían llegado desde 268 pueblos diferentes de España (especialmente de Andalucía), y donde casi el cincuenta por ciento eran de etnia gitana. He aquí el origen de uno de los problemas que posteriormente se vivirían, creados por una marginalidad obligada que con el paso de los años se convertiría en estigma.
Cuando pasas por el corazón del barrio, la rambla de Camarón, es uno de esos momentos en que verdaderamente te sientes foráneo. Supongo que dada la mala prensa, los propios vecinos se han puesto a la defensiva y no quieren formar parte de ningún parque temático.
La última parte de la visita se centró en la labor social de muchas entidades que trabajan allí, y el trabajo reivindicativo de las asociaciones vecinales, que desde siempre han estado en pie de guerra frente a la parsimonia de las autoridades para solucionar sus problemas.
La charla tuvo lugar frente a uno de los lugares que más nos sorprendieron a los que visitamos el barrio por primera vez. Se trata de la Sala Pinós, un espacio multifuncional diseñado por los arquitectos Carme Pinós y Enric Miralles entre 1987 y 1993, y que fue finalista de los premios FAD de arquitectura e interiorismo.
La sala se construyó tras diversas protestas vecinales para reivindicar la necesidad de disponer de un local adecuado para reuniones, aunque nunca llegó a funcionar plenamente dadas ciertas deficiencias respecto a su sonoridad y falta de climatización en invierno.
En la actualidad, después de permanecer un tiempo cerrada, se ha integrado a la estructura de la biblioteca que se construyó junto a ella, la Biblioteca Font de la Mina.
Llama poderosamente la atención que una sala post-vanguardista y catalogada como de interés arquitectónico esté situada justo al lado del edificio Venus, uno de los más degradados y peor construidos del barrio, que desde hace años ha protagonizado algunas de las protestas vecinales más mediáticas del lugar.
La última curiosidad que nos explicaron nuestros anfitriones fue referente a la polémica escultura “antihomenaje” que Joan Brossa le dedicó al alcalde Porcioles en 1989, dadas las barbaridades que autorizó con relación a la construcción del barrio.
Tal y como se puede ver en la imagen siguiente, diseñó una silla en la que descansaba una bandeja de bronce que contenía la cabeza en mármol del alcalde. Debido a lo irreverente de la obra, el Ayuntamiento no gozó colocarla en ningún lugar del barrio y la guardó en un almacén. Unos años más tarde, unos concejales responsables de urbanismo y cultura la descubrieron y, sin pedir autorización, la colocaron en el Parc del Besòs en un acto al que acudió invitado el propio artista. La cuestión es que tras el evento, la escultura volvió a retirarse a las pocas horas, y nunca más volvió al barrio. Actualmente está expuesta en el MhiC.
Y tras unas tres horas de paseo, nuestro recorrido acabó frente a un descampado vallado que todavía se mantiene pendiente de asignación. A pesar de que ha desaparecido la casa rural que albergaba, de los campos que la rodeaban todavía se mantienen en pie un magnolio y un níspero que los vecinos reivindican como parte del barrio, y que esperan que acaben formando parte del jardín de una futura guardería o de un casal per a la gent gran, en un lugar donde todavía andan escasos de esos equipamientos.
Y para demostrar el interés por poner en valor los aspectos positivos que tiene el barrio y las personas que lo habitan, desde el pasado mes de abril se ha iniciado la campaña “I Love la Mina”, que emulando el superfamoso “I love New York”, quiere reivindicar públicamente los sentimientos de sus gentes por ese barrio, al que yo ya me he sumado.
Para saber más:
I love la Mina
Blogueres de Sant Martí
Sant Martí amb veu de dona