Si consultamos una guía de viajes para que nos recomiende lugares donde se conserven restos de la Roma Clásica, evidentemente, nos hablará de la actual capital de la República Italiana -Roma-, y de las provincias del Lazio y la Campania. No obstante, el Imperio Romano fue mucho más allá y existen magníficos ejemplos en otros lugares del Mediterráneo, como Túnez y Libia en el norte de África o, los que personalmente más me impresionaron cuando visité, como Jerash, Petra y Amman, todos ellos en Jordania.
A pesar de que es totalmente recomendable ir a visitar esas maravillas, no debemos olvidar que tan solo a cien escasos kilómetros de Barcelona tenemos uno de los más completos conjuntos arquitectónicos romanos, que además son Patrimonio de la Humanidad.
Como seguro que ya has adivinado, se trata de la ciudad de Tarragona y su importante colección de edificios públicos que formaron parte de la Colonia Iulia Vrbs Triumphalis Tarraco, capital de la Hispania Citerior durante la República, capital de Tarraconensis durante el Imperio, y que también tuvo el privilegio de ser capital de todo el Imperio Romano entre los años 27 aC y el 24 aC, cuando el emperador Caius Iulius Caesar Augustus (César Augusto) decidió instalarse en la ciudad durante la campaña contra los cántabros.
Lo que fue un austero campamento militar para asegurarse la conquista de la Península ibérica, se convertiría en una de las ciudades más esplendorosas de todo el Imperio, que llegaría a tener la friolera de 30.000 habitantes, y que durante los siglos I y II dC, gracias a diferentes visitas del Emperador mejoraría exponencialmente la calidad de sus servicios y de sus infraestructuras. Se cree probable que en el invierno del año 122-123 dC el emperador Caesar Divi Traiani filius Traianus Hadrianus Augustus (Adriano) visitó la ciudad, durante uno de los habituales viajes que marcaron su reinado, y que celebró en ella un conventus para Hispania.
Aunque dar un paseo por Tarragona comporta tener que viajar por diferentes etapas de la historia (ya que entre los restos romanos se entremezclan vestigios de la época medieval, neoclásica y modernista), hoy nos vamos a centrar en la Tarraco romana empezando el recorrido en el Balcón del Mediterráneo, una impresionante terraza frente al Mar Medi Terraneum (entre tierras) de los romanos, en el que nació nuestra civilización… Y para ello voy a contar con la colaboración inestimable de dos magníficas estudiantes de latín, que se han ofrecido «amablemente» a hacerme de guías. Os recomiendo que para hacer el recorrido que os propongo hoy, os desplacéis a Tarragona en coche particular (lo reconozco «poco ecológico»), ya que por el camino tendremos que hacer tres paradas de obligado cumplimiento. Una será a la ida, y las otras dos de regreso.
Viajando por la autopista AP-7, cuatro kilómetros antes de llegar a Tarragona, una señal nos indica un área de descanso lateral, en la que hay un mirador en el que os recomiendo paréis. Desde allí se puede ver el acueducto romano de Les Ferreres, más popularmente conocido como el Pont del Diable (el Puente del Diablo), porque explica una leyenda en la que se dice que solo el diablo fue capaz de construir un puente que durase más de mil años. Mis guías me explican que data del siglo I dC y su finalidad fue la de llevar agua a Tarraco. Está construido con piedra tallada y tiene dos pisos; el superior con 25 arcos, y el inferior con 15. El sistema de distribución de agua en la ingeniera romana estaba formado por tres partes: el caput aquae (inicio), el specus (cañería) y el castellum aquae (lugar de distribución). Por lo tanto, el acueducto que vemos corresponde a la cañería de distribución, y está dentro de un puente únicamente con el objetivo de salvar los desniveles del terreno.
Seguimos hacia Tarragona, y tras aparcar el coche nos vamos al lugar de inicio de nuestro recorrido. De camino pasamos por la Rambla Nova, uno de sus paseos más emblemáticos y centro de la vida de la ciudad, por el importante número de terrazas, tiendas e instituciones públicas y privadas que acoge a ambos lados de la calle. Se construyó en 1854 cuando se demolió la Muralla de Sant Joan, que en el siglo XVI separaba la parte alta de la ciudad del barrio de la Marina. Uno de los monumentos más populares que veremos es el dedicado a Els Castellers.
Al final de la Rambla, detrás del monumento dedicado a Roger de Llúria, está el Balcón del Mediterráneo con sus impresionantes vistas sobre el mar. El mirador está situado a 23 metros sobre el nivel del mar, de ahú las maravillosas panorámicas sobre la Platja del Miracle, el puerto, la estación del ferrocarril, el anfiteatro romano y la Punta del Miracle, un lugar en donde cada mes de julio, durante seis noches consecutivas, se celebra un concurso de castillos de fuegos artificiales. La tradición de la ciudad por la pirotecnia data del siglo XIV, cuando los drogueros de la ciudad fabricaban lo que se conocía como “voladores de fuego griego”, y que se utilizaban en las Fiestas de Santa Tecla, patrona de la ciudad. Uno de los elementos más destacados del mirador es la baranda de hierro fundido del siglo XIX, obra de Joan Miquel Guinart.
Por el passeig de les Palmeres -que hacen honor al nombre de la calle- llegamos al Parque del Anfiteatro, un espacio ajardinado y de cara al mar, donde destaca el primer monumento de época romana, el Anfiteatro, construido en el siglo II dC, y que estaba situado fuera de la muralla de la ciudad. Es el turno para que mis guías me expliquen que en este lugar se celebraban diferentes tipos de espectáculos como luchas de gladiadores (munera), espectáculos con animales (veniationes) y batallas navales (naumaquias) previa inundación de la arena con agua. Tiene forma elíptica y está formado por la arena, el foso bajo la arena con cavidades subterráneas, la gradería, el pódium (que rodeaba la arena para evitar que los animales llegasen al público) y la vomitoria o zona de entrada y salida del público. Debido a que en ese lugar se produjo el martirio de Sant Fructuós, en época visigótica se construyó en su interior una basílica dedicada al mártir, sobre la que en el siglo XII se edificaría la iglesia románica de Santa Maria del Miracle. Más tarde se construyó un convento, que finalmente pasó a ser una prisión hasta principios del siglo XX.
El jardín del Anfiteatro, recientemente remodelado, se ha decorado utilizando plantas aromáticas propias de la zona mediterránea como ejemplo de las que los romanos solían cultivar para hacer perfume o utilizar en ritos de carácter religioso, como por ejemplo el tomillo que se utilizaba para fabricar humo sagrado, según podemos leer en los carteles informativos. También hay algunos parterres dedicados a la trilogía mediterránea con cereales, vides y olivos, con la finalidad de recordar la dieta y las costumbres alimenticias romanas.
Por les Escales del Miracle subimos hacia la Vía Augusta, que cruzaremos para ir hacia el casco antiguo, también llamada Part Alta (Parte Alta) de la ciudad. En época romana esta parte de la ciudad estaba repartida en tres terrazas que ocupaban, consecutivamente y de abajo a arriba, el Circo, el Foro provincial y el Templo, todo ello rodeado por una muralla que -según me explican mis guías- llegó a medir hasta 4 km de longitud, y de la que actualmente solo se conserva una cuarta parte (cerca de 1 km), así como una de las puertas adoveladas originales, que visitaremos al final del recorrido.
Los siguientes restos arqueológicos que vemos corresponden al Circo. Mis guías me explican que el Circo era el lugar en donde se celebraban las carreras de carros, que podían arrastrar dos caballos (bigas) o cuatro (cuadrigas) y que, para incentivar mi imaginación, me recuerdan la película Ben-Hur, dirigida por William Wyler y protagonizada por el mítico Charlton Heston, que fácilmente puede recordar cualquier amante del Séptimo Arte.
Se construyó en el siglo I, y estaba situado dentro del recinto de la ciudad. Su estructura, de forma oval y alargada, estaba compuesta de una gradería (cauea) de tres niveles (alta, media y baja), la arena, en donde se celebraban las carreras, y un muro que rodeaba toda la construcción. En la parte central de la arena había una espina central (muro alargado y bajo) que dividía el espacio en dos y alrededor del cual se celebraban las carreras. Los carros se guardaban en un espacio llamado carceras, cuyos restos actualmente están bajo los cimientos del edificio del Ayuntamiento, en la plaça de la Font. A pesar de que una buena parte de la estructura está oculta bajo los edificios de viviendas, se considera que es uno de los circos mejor conservados de occidente. En una de las esquinas de la estructura del Circo se conserva una torre octogonal de 18 metros de altura, que se conoce como la Torre de les Monges. Formó parte de la muralleta que se construyó en el siglo XIV, y era una de las tres torres defensivas de esa muralla. El nombre es debido al convento de monjas clarisas que había en este lugar.
Seguimos nuestro ascenso y llegamos al Castillo del Rey o Torre del Pretorio, construido sobre una antigua torre romana y donde vivió el mercenario normando Robert Bordet que fue príncipe de Tarragona, tras recibir la ciudad de manos del arzobispo Oleguer de Barcelona. Se conserva la fachada meridional con ventanales del siglo XIV y algunos muros interiores, donde destaca la sala gótica del piso superior. Se supone que en ese lugar nació Poncio Pilatos, hijo del pretor que gobernaba la Tarraconensis en el momento de su nacimiento.
Justo al lado de la torre está el edificio del Museo Nacional Arqueológico, inaugurado en el siglo XIX, y que tiene el honor de ser el más antiguo de toda Cataluña en su especialidad. Nuevamente entran en escena las explicaciones de mis dos guías.
Nada más entrar, lo primero que vemos es una maqueta que nos ayuda a imaginar cómo era la Tarraco del siglo II dC. Algunas de las piezas arqueológicas que me llaman la atención son: un medallón monumental con la representación de dios Júpiter-Amón, el lampadario antropomorfo (una escultura en bronce y de color oscuro que representa a un esclavo etíope) y la muñeca articulada de marfil procedente del interior del sarcófago de una niña, encontrado en la necrópolis de Tarragona. Evidentemente, solo es una pincelada de todo lo que nos ofrece la exposición permanente, y que recomiendo visitar de manera pormenorizada y con tiempo.
Ya fuera del museo, y de camino hacia el Foro, nuestra ruta nos lleva por la antigua judería (Call) de Tarragona, situada en los alrededores de la plaça dels Àngels. En la calle Santa Anna, pasamos frente a la sede de la colla dels castellers Xiquets de Tarragona (¡recordemos que estamos en tierra de castellers!). Durante la época medieval, el Call de Tarragona estaba separado físicamente del resto de la ciudad, y disponía de accesos independientes para salir al exterior. En su interior había sinagoga, horno, baños y escuela, pero la expulsión de los judíos en 1491 motivó su decadencia, que ha culminado con la demolición de los principales restos, por lo que únicamente se conservan algunos arcos góticos aislados.
Llegamos a la actual plaça del Fórum, un pequeño reducto de lo que fue en época romana y donde se conserva uno de los restos de la compleja estructura de pórticos que rodeaban toda la zona que ocupaba el Foro Provincial, y que estaba decorada con plantas y numerosas estatuas, de las que todavía se conservan algunos pedestales. En la plaça del Pallol, situada en la parte opuesta al barrio en el que nos encontramos y donde está el edificio de la Antigua Audiencia, también hay algunos restos del Foro, lo que nos da muestra de las importantes dimensiones que tenía.
Seguimos por la calle de la Mercería para empezar a subir hacia la Catedral, lugar que ocupaba el Templo en época romana, y que corresponde a la tercera terraza. En esa calle se conserva un conjunto de casas sostenidas sobre un porche formado por arcos construidos en el siglo XIV, y que se aguantan sobre unos gruesos pilares. Antiguamente en esta zona de la ciudad había un mercado de verduras y actualmente, todos los domingos, acoge un mercado de antigüedades. En el interior de algunos locales también se conservan restos de la zona porticada del Foro romano. En esta calle está la tienda más antigua de Tarragona, Can Cordelet, una cerería artesanal que se fundó en 1751 y que no debemos dejar pasar por alto.
Continuando con las explicaciones de nuestras guías sobre la historia de Tarraco, nos comentan que en el siglo I dC el Foro Provincial junto al Circo formaban el mayor complejo monumentalizado del Imperio Romano. El Foro estaba formado por dos estructuras, situadas a diferentes alturas. La parte inferior ocupaba el espacio en el que nos encontramos, y la parte superior -a la que nos dirigimos- es donde estaba ubicado el Templo, frente a una plaza que también estaba rodeada por otra zona porticada, cuyos restos se conservan en el claustro de la Catedral. Por cierto, no he comentado que el templo además de Catedral también tiene los atributos de Basílica Metropolitana y Primada de Santa Maria, dada la importancia que tiene la ciudad de Tarragona dentro de la estructura eclesiástica vaticana.
Para continuar con nuestra visita nos vamos hacia el paseo Arqueológico para ver los restos de muralla que aún se conservan. Nuestras guías nos explican que la muralla se construyó entre finales del siglo III aC y principios del siglo II aC, sobre el trazado de una anterior. Era una muralla mucho más alta y gruesa, y rodeaba toda la ciudad como medio de protección y defensa. La estructura comprendía los muros, las puertas de acceso y las torres, y tenía dos partes: la inferior, construida con zócalo megalítico, y la parte superior, hecha de piedras aglomeradas. Tenía tres torres: la del Arzobispo, la del Capiscol (ambas modificadas en época medieval) y la Torre de Minerva, que es la que está mejor conservada y tiene un relieve que representa la falda de esa diosa. Entre los restos se han encontrado diferentes piedras con símbolos ibéricos.
Además de todos los restos que hemos visitado hasta ahora, dada la importancia de Tarraco, la ciudad contaba con un segundo foro (el de la colonia), unas termas y un teatro, cuyos restos se conservan cerca del Serrallo, el barrio marinero de la ciudad, y que son imprescindibles visitar cuando se va a esa parte de la ciudad.
Tal y como he comentado al principio de la ruta, para dar por finalizado el recorrido por la Tarraco romana todavía nos quedan dos monumentos de obligada visita pero ya fuera de la ciudad, por lo que recomiendo hacerlo camino de regreso a Barcelona.
El primero es la Torre de los Escipiones, un monumento funerario que indicaba el comienzo de las afueras de la ciudad. Está situado a 6 km de Tarragona, sobre la antigua Via Augusta, y que ahora se corresponde con la N-340. La estructura del monumento consta de tres cuerpos superpuestos de dimensiones decrecientes. En la parte inferior está la cámara funeraria, donde se encuentra la tumba de los hermanos Escipiones, y en el cuerpo central hay dos relieves del al dios Atis, que por error se habían atribuido a las imágenes de los hermanos que hay enterrados.
Siguiendo por la N-340 dirección a Barcelona, a unos 20 km de la ciudad está el Arc de Berà, un arco que marcaba los límites de Tarraco y que se construyó en el último cuarto del siglo I aC en disposición testamentaria de Lucius Licinius Sura, un importante senador romano de la ciudad y amigo personal del emperador Trajano. Tiene un único cuerpo central, construido sobre un pódium, y sostenido sobre unas falsas pilastras coronadas con un capitel de estilo corintio.
Aquí es donde mis dos guías dan por finalizado el paseo por la Tarraco romana. Pero como mi curiosidad se ha incrementado al pasar por algunos edificios medievales, neoclásicos y modernistas, que hemos ido encontrando durante el paseo, regresamos hacia la plaça de la Seu para seguir investigando, ya que todavía Tarragona no se ha acabado.
Por cierto, el mismo día de nuestra primera visita nos han informado que ha vuelto a abrir al público la necrópolis romana y paleocristiana que estaba cerrada al público desde 1992, por lo que la añadimos a la agenda de lugares pendientes a visitar en la ciudad.