Como ya expliqué en el anterior post, Cuando Barcelona fue olímpica, fui uno de esos voluntarios que pudimos disfrutar desde dentro de los Juegos Olímpicos de Barcelona92, y que 20 años ya desde el día de la Inauguración, os los estamos explicando en primera persona. Hoy toca rememorar algunas anécdotas de ese 25 de julio de 1992.
Debido al reducido número de miembros de la delegación con la que colaboré, el día de la inauguración consideraron conveniente que solo una de las dos asistentes se encargase de acompañarlos hasta el Estadi Olímpic, donde participarían en el desfile inaugural. ¡Y esa fui yo! Otra vez culpable.
Para que pudiera hacer bien el trabajo que me habían asignado, me entregaron un completo dossier (en cuatro versiones: catalán, español, francés e inglés) con toda la información sobre las ceremonias de apertura y de clausura de Barcelona 92, firmado por Ovideo Bassat Sport, y dirigido al Comité Olímpico Nacional de Gambia.
El dossier nos informaba de que la Ceremonia de Apertura (que es la que nos interesa hoy) se celebraría en el Estadi Olímpic de Montjuic, el sábado 25 de julio de 1992. Que comenzaría a las 20:00 horas y finalizaría, aproximadamente, a las 23:00 horas.
Los equipos de los 170 países que participarían en el desfile se trasladarían desde la Vila Olímpica de Poblenou al Palau de Sant Jordi en un convoy de treinta autocares. El primer convoy saldría de la Vila Olímpica a las 17:50 horas y el último a las 20:25 horas. El orden de salida de las delegaciones se establecería por orden alfabético… (sin especificar en qué idioma), cosa que en aquel momento ni me lo pregunté. Los años y el haber estudiado protocolo me ha hecho volverme un tanto quisquillosa en controlar esos detalles.
A la llegada al Palau de Sant Jordi, las diferentes delegaciones se tenían que dirigir al lugar que tenían asignado en las gradas, en donde esperar su turno para incorporarse al desfile. Se indicaba que el lugar, situado al lado del Estadi y que disponía de 15000 asientos, tenía aire acondicionado y una gran pantalla de televisión para seguir el desarrollo de la ceremonia. Además se aconsejaba que los equipos comiesen antes de salir, ya que no se les permitiría hacerlo en el Palau.
En el dossier se especificaban dos advertencias que se justificaban en la propia Carta Olímpica: La limitación del número de oficiales por cada delegación, y la prohibición de llevar objetos o accesorios visibles durante el desfile, como banderolas o cámaras… Ahí lo dejo para que cada uno llegue a sus propias conclusiones sobre el cumplimento del segundo consejo.
Pero centrémonos en las normas que siguieron los miembros de la delegación que acompañaba.
Para el desfile, se les había pedido que tenían que llevar el uniforme oficial del equipo, y en nuestro caso fueron unas llamativas túnicas azul eléctrico, que representaban el vestido oficial del país.
Fuimos convocados a las 19:10 en la zona “Helsinki” de la Vila Olímpica, desde donde accederíamos a los autocares del convoy para salir hacia Montjuic. Hora de llegada 19h50. Como podéis ver todo perfectamente cronometrado.
En la fila de acceso al autocar se produjo una de las anécdotas de ese día. Cuando llegamos al lugar indicado: ¡Sorpresa! ¡La delegación que guardaba cola previamente a la nuestra era la de EEUU! Evidentemente mis chicos de Gambia estuvieron maravillados de tener unos compañeros de viaje tan destacados. Y yo, particularmente, tuve el honor de conversar durante la espera con un directivo de los New York Knicks, que me entregó un pin de la delegación estadounidense, para envidia de todos mis compañeros voluntarios.
A la llegada al Palau Sant Jordi, siguiendo los rótulos de color verde, nos dirigimos rápidamente hacia el lugar que teníamos asignado en las gradas. El problema estuvo en mantener sentados a los componentes de la delegación hasta las 21:24, hora en que tenían prevista su entrada en el Estado Olímpico. En definitiva, pasamos el tiempo explicándoles cosas sobre Barcelona, cotilleando sobre las diferentes delegaciones y discutiendo sobre qué pasaría si decían abandonar el Palau y no se presentaban en la puerta del Estadio en el momento del desfile.
Cuando nos llamaron por megafonía, una sonrisa de alivio se dibujó en el rostro de todos ellos.
Salimos a la explanada que une el Palau con el Estadi y nos entregaron una bandera junto a la correa correspondiente para sostenerla. Ya nos estaba esperando la voluntaria porteadora del rótulo del país.
Les ayudé a organizar la formación que tenían que seguir durante el desfile de acuerdo al esquema que nos habían entregado en mano. El porteador del nombre del país iría en la calle 4 y el porteador de la bandera nacional en la calle 6. Tres metros más atrás los oficiales, ocupando las calles 3 a la 8. Y a un metro de distancia, por detrás, el grupo de atletas. Era una delegación muy poco numerosa respecto a otras. Pero a intensidad de colorido, pocas les ganaban.
Allí me despedí de todos ellos, ya que los asistentes no podíamos desfilar con ellos (a pesar de que me invitaron a acompañarlos).
Les deseé suerte y les dije que intentaría verles por la televisión. Cosa que así sucedió y, os puedo asegurar, que me sentí muy orgullosa de ellos.
Todavía conservo las grabaciones de aquella ceremonia, y que no hace mucho volví a visionar, para poder revivir aquellos magníficos momentos.