Desde el salón del palacio de Hofburg, la Kaserina Elisabeth Christine miraba melancólica el chispear del fuego de la chimenea, en el salón de sus aposentos. Era una tarde oscura y fría de invierno en Viena. Corría el año 1740. A sus 49 años, la emperatriz llevaba a sus espadas una larga lista de vivencias que la historia le había obligado a protagonizar, como fue su infancia en la ciudad alemana de Braunschweig, su llegada a la corte vienesa, el nacimiento de su hija Maria Teresa, que desde la muerte del emperador gobernaba Austria, el nacimiento de sus ocho nietos. Súbitamente, una leve corriente de aire se coló por una ventana más cerrada y el fuego se avivó entre las brasas; en aquel preciso instante su mente voló hacia Barcelona…
Elisabeth Christine von Braunschweig-Wolfenbüttel
Cuando hablamos de la Guerra de Sucesión Española siempre tenemos en mente a reyes, políticos y militares, pero no es tan normal pensar en alguna que otra heroína. No sé si la mujer que nos ocupa hoy la podemos tratar de verdadera heroína, pero ¿qué seria la vida si no le pusiésemos un poco de fantasía? Nuestra heroína tiene nombre alemán, se casó en la magnífica Basilica de Santa Maria del Mar y con motivo de sus esponsales se representó por primera vez en Barcelona una ópera italiana. ¿Sabéis de quién estoy hablando?
Se llamaba Elisabeth Christine von Braunschweig-Wolfenbüttel. Fue una princesa alemana, que por su matrimonio se convirtió en emperatriz consorte del Sacro Imperio Romano-Germánico y en reina de Hungría y de Bohemia. Fue madre de la primera emperatriz de la dinastía de los Habsburgo, y abuela de la más conocida reina de Francia (aunque no llegó a conocerla).
Siempre he sentido una especial debilidad por la historia de esta mujer, que fue reina de España de facto durante cinco años, que amó la ciudad de Barcelona, y la ciudad de Barcelona la amó a ella.
Una princesa alemana, archiduquesa de Austria
Elisabeth Christine nació un 28 de agosto de 1691 en la población alemana de Brunswick, y recibió el título de princesa de Brunswick-Wolfenbüttel. A los trece años se iniciaron las negociaciones para prometerla con el segundo hijo del emperador de Austria, con el requisito de que tendría que convertirse al catolicismo, ya que seguía la fe protestante. A pesar de su oposición inicial, fue bautizada en Bamberg el 1 de mayo de 1707, y se marchó a la Corte de Viena.
Durante su juventud se la consideró la reina más hermosa del mundo, ya que era increíblemente guapa, con unos rasgos muy delicados, una larga cabellera rubia y unos modales encantadores; además tenía un interés especial por la cultura y por las artes, especialmente por la música.
Madre de Maria Teresa de Austria, abuela de Maria Antonieta de Francia
Tras su matrimonio, como ya he dicho, fue la matriarca de una saga de mujeres que han dejado su huella en la historia; la emperatriz Maria Teresa I de Austria y la reina Maria Antonieta de Francia. De ahí mi empeño por reivindicar la figura de una mujer que, a pesar de ser de las tres la que más relación tuvo con la ciudad de Barcelona, es la menos conocida.
Murió en Viena un 21 de diciembre de 1750, a los 59 años de edad, ya bajo el reinado de su hija Maria Teresa. Está enterrada en la cripta imperial de Viena, situada en la Iglesia de los Capuchinos, muy próxima al palacio imperial; uno de los lugares más impactantes de la capital austriaca con relación al arte funerario, y que os recomiendo no dejéis de ir a visitar.
Pero centrémonos en el porqué de su relación con la ciudad de Barcelona, y en el recuerdo que se guarda de ella en esta ciudad.
La archiduquesa en Barcelona
Tras su conversión al catolicismo, una adolescente Elisabeth Christine se trasladó a vivir al Palacio Imperial de Hofburg, donde empezaron los preparativos de la boda con su prometido, que estaba residiendo en Barcelona. Por aquel entonces el trono de España había quedado vacante, y ya había estallado el enfrentamiento, tanto a nivel interno como a escala europea, entre los dos candidatos a ocuparlo.
De un lado estaba Felipe, duque de Anjou, que representaba a la Casa real de Borbón y a las ideas centralizadoras del poder real francés. En el otro, el prometido de Elisabeth Christine, el archiduque Carlos, de la Casa imperial de los Habsburgo, quienes habían prometido conservar los fueros y privilegios a todos los reinos y provincias de los dominios de España, de acuerdo al testamento de Carlos II.
Una primera boda por poderes en Austria
Ante la ausencia del novio, la boda tuvo que celebrarse por poderes, y al archiduque lo representó su hermano mayor, el emperador Joseph I de Habsburgo. A partir de ese momento se empezó a organizar el viaje de la nueva reina a la península, para conocer a su marido.
El viaje llevó a Elisabeth Christine de Viena a Venecia, y de allí a Génova, en donde embarcó rumbo a Barcelona. Dicen que además del ajuar de novia, viajó acompañada de un importante cargamento de suministros militares, así como de un millón de libras esterlinas que había entregado la reina Anne de Inglaterra al bando austracista, para ayudar a sufragar los gastos de la guerra. En el post que escribí sobre Winston Churchill ya traté el papel que jugó uno de sus ancestros, coetáneo de la reina Anne, en la Guerra de Sucesión.
Dentro de la fantasía propia de la historia que os estoy explicando, podemos especular sobre qué pudo pasar por la cabeza de la reina durante la travesía entre Génova y Barcelona.
Una adolescente de 17 años en un país en guerra
Era una adolescente de apenas 17 años que se dirigía hacia una tierra desconocida, donde le esperaba un marido al que no conocía, y que la convertiría en reina consorte de solo una parte de los territorios que aspiraba a gobernar. En Madrid vivía otra pareja real, formada por Felipe V y la reina Maria Luisa Gabriela de Saboya.
Además, llegaba a un país en guerra, donde no sé sabía hacia qué lado se decantaría. Iba a tener que vivir rodeada de una Corte provisional, cuyo futuro dependía del curso de la guerra, que tenía que conseguir que se equiparase a la que había en Madrid, que le llevaba seis años y medio de ventaja.
Elisabeth Christine llegó a Barcelona en julio de 1708, y fue recibida por su marido el 24 de julio en Mataró; un primer encuentro rodeado de una enorme expectación por todas las partes.
Explican las crónicas, que el archiduque Carlos no pudo disimular la fascinación que le produjo verla, y que exclamó: «hora bien…¡nunca soñé que fueseis tan hermosa!». Una de las cosas que más le maravilló al rey fue la blancura inmaculada de la piel de la joven, por lo que comenzó a llamarla «mein weisse Liesel» (mi blanca Liesel), utilizando el diminutivo cariñoso de Elisabeth.
Una novia en Santa María del Mar
Tras pasar una semana en Mataró, el día 1 de agosto de 1708 llegaron a Barcelona. El séquito, tras entrar en la ciudad, se dirigió a Santa Maria del Mar, donde se celebró un Tedeum para conmemorar públicamente su matrimonio; de ahí que se considere que la boda de los reyes se celebró oficialmente en esta Basílica de Barcelona.
Tras el acto religioso se dirigieron al palacio real, en donde se ofreció un banquete a todos los miembros de la Corte, a la vez que en las calles de Barcelona se celebraron diferentes fiestas populares para expresar el apoyo de los ciudadanos a la joven pareja de reyes.
El más bello nombre que celebrar…
Al día siguiente, 2 de agosto, se representó en el palacio de la Llotja de Mar la ópera Il più bel nome nei festeggiarsi il nome felicissimo di Sua Maestà Cattolica Elisabetha Christina regina delle Spagne (El más bello nombre que celebrar, el nombre felicísimo de Su Majestad Católica Isabel Cristina, reina de las Españas), del compositor veneciano Antonio Caldara, que ha pasado a la historia por ser la primera ópera italiana que se representó en Barcelona.
Durante su estancia en Barcelona, los reyes utilizaron como residencia oficial el antiguo edificio de la Hala dels Draps en Pla de Palau, que ya mencioné en un post anterior.
Tras la llegada de la reina, la Corte de Barcelona adquirió mayor animación y se transformó en una Corte totalmente cosmopolita. Por ejemplo, el conjunto de damas de compañía de la soberana estaba formado por diferentes miembros de la nobleza catalano-aragonesa y diferentes damas procedentes de familias nobles austriacas y bohemias.
Una corte de aquí, pero con la grandeza de los Habsburgo
A pesar de la situación de inestabilidad política y militar, la vida en palacio se convirtió en un centro de atracción, que se volcó en proyectar la grandeza de la dinastía de los Habsburgo. Se realizaban habituales representaciones teatrales y conciertos musicales, así como continuas ceremonias religiosas de acuerdo a la vocación católica de los monarcas austriacos.
Por voluntad expresa del rey Carlos III (título que usaba de facto el archiduque) se recreó minuciosamente el ceremonial borgoñón, que Felipe el Hermoso había asociado a la monarquía hispánica, y se organizó la Casa del Rey y la Casa de la Reina cuyos cargos palatinos, a excepción del de Mayordomo Mayor de la Casa del Rey que se lo concedieron al príncipe Anton Florian de Liechtenstein, los ocuparon nobles catalano-aragoneses.
Uno de los mayores problemas que tuvo que enfrentar Elisabeth Christine durante sus primeros años de casada, y mientras estuvo en Barcelona, fue la falta de descendencia, las continuadas ausencias del rey y diferentes relaciones extramatrimoniales de Carlos, a quien definieron como “un amante esposo, pero no un fiel esposo”.
Y de Barcelona de nuevo a Viena… como emperatriz
En 1711, las intermitentes separaciones del matrimonio pasaron a constantes cuando el archiduque tuvo que regresar a Viena para asumir el trono imperial, tras la repentina muerte de su hermano el emperador. Partió de Barcelona el 27 de septiembre de 1711, a bordo de un barco de la flota británica, y dejó a cargo de la regencia a la propia reina, nombrándola Gobernadora General de Cataluña, lo que daría un nuevo vuelco a la historia de la vida de esta mujer.
Dicen que Elisabeth Christine se caracterizaba por tener un encanto natural, era afable de trato y siempre intentaba complacer los deseos de quienes la rodeaban, además de ser reflexiva y analítica, y tenía la experiencia política de haberse encargado de los asuntos de Italia desde su llegada en 1708.
Durante su regencia, en plena guerra, demostró tener un importante talento, que le permitió enfrentarse a diferentes conjuras pro borbónicas sin dejarse manejar por sus ministros, y supo encauzar las diferencias como mucha más habilidad que la que había demostrado su marido.
Una regente que no se dejó manipular
Los dieciocho meses que pasó al frente del gobierno, a pesar de no poder triunfar en sus objetivos, su buen juicio, su perseverancia y su capacidad de trabajo le permitieron ganarse el aprecio y la admiración de sus súbditos, que quedaron reflejados en la despedida que le dispensó la ciudad de Barcelona, cuando el 19 de marzo de 1713 tuvo que dejar definitivamente la ciudad para viajar a Viena, a petición del emperador.
Su marcha produjo una evidente consternación entre los barceloneses, ya que perdían una gran aliada en su lucha y, además, implicaba que los ejércitos que hasta ese momento les habían ayudado los abandonaban a su suerte. A partir de ese momento, la historia es por todos conocida.
Una geganta en honor de Elisabeth Christine
Una de las tradiciones más arraigadas a la cultura popular de nuestra ciudad son els gegants y els geganters. Coincidiendo con la conmemoración del nacimiento de la emperatriz, con ayuda económica catalana y de la ciudad de Wolfenbüttel, se mandó fabricar la giganta Elisabeth Christine Princesa de Wolfenbüttel.
Desde su presentación, la giganta ha participado en diferentes fiestas populares alrededor de Europa, en representación de la ciudad de Wolfenbüttel.
Uno de los actos más emblemáticos en los que ha participado tuvo lugar en Barcelona, el 21 de julio de 2008, con motivo del 300 aniversario del matrimonio de los archiduques en la Basílica de Santa Maria del Mar.
Se celebraron diferentes actos de protocolo festivo dentro de la propia Basílica, y un pasacalles por los alrededores del Born.
Tal y como explicaron en The Pink Carpet, ha empezado la temporada de novias en Barcelona, y qué mejor manera que celebrarlo que recordando la historia de esta emblemática «weisse Liesel», que iluminó con su blanca piel la Basílica de Santa Maria del Mar y la ciudad de Barcelona, en una época en que la cubrían negros nubarrones.
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