La exposición «El barri perdut» recupera la memoria de la transformación del barrio de la Catedral de Barcelona entre los siglos XIX y XX.
El Barri Perdut
En Roc y la Laieta eran todavía unos niños cuando en 1908 tuvieron que irse del barrio donde vivían, el barrio de la Catedral de Barcelona. Habían nacido en Olot pero pronto los trasladaron a la capital y, cuando sólo tenían dos años, el Plan de Reforma Interior de Àngel Baixeras, que supuso una remodelación total del centro de la ciudad (estaba previsto que la actual Vía Laietana cruzara la ciudad vieja donde vivían los dos), les obligó a cambiar la residencia…
Tampoco lo tendrían fácil los vecinos del barrio que no tuvieron que trasladarse por aquel entonces. En el año 1938, la vida se les hundiría cuando un escuadrón de la aviación legionaria italiana, aliada del ejército franquista, acabaría destrozando muchas de las vidas que vivían felices en los alrededores de la Plaça Nova, la plaza mayor de uno de los barrios con más vitalidad comercial y festiva de la Barcelona de principios del siglo XX. Aquel día, Barcelona perdería doscientos diez de sus ciudadanos.
Hoy en día, ese lugar es una gran explanada que ocupan principalmente turistas, que pasean con la mirada alzada contemplando la belleza de la Catedral. A un lado, enmarcada por las antiguas torres de la muralla romana -donde se conserva la capelleta de Sant Roc-, la fachada del Palau Episcopal, la sede del Col·legi d’Arquitectes con el mural de Picasso y el poema visual Barcino de Joan Brossa, queda la Plaça Nova que ha cambiado completamente su aspecto original.
Como escribía Alfons Cànovas, en 1972: «Plaça Nova, que ni és nova i que de plaça en té poc, els veïns que se l’estimen ja no hi són en aquest lloc, sols hi queden les muralles i la imatge de Sant Roc». («Plaça Nova, que no es nueva y que de plaza tiene poco, los vecinos que la aman ya no están en ese lugar, solo quedan las murallas y la imagen de Sant Roc»).
Dos hombres bien abrigados tocan música con un piano y una trompeta, que levanta los aplausos de un grupo de turistas jóvenes que ríen y hacen fotos. El ritmo ilumina la plaza y mueve el cuerpo de unos cuántos que se animan a bailar. A su lado, un centenar de personas están sentadas en las escaleras de acceso a la Catedral, donde cogen fuerzas para seguir callejeando por el entramado del Barri Gòtic.
Unos metros más allá, junto a la obra de Joan Brossa, dos chicos disfrazados de romanos captan la atención de otro grupo que no suelta la cámara fotográfica. Quieren dejar constancia gráfica de su visita a la antiquísima Barcino, que se levantaba en aquel lugar muchísimos años antes de que llegaran los plaçanovins (vecinos de la Plaça Nova).
– «A photo, please?»
Asimismo, también se se ve a un grupo de manteros que hacen la competencia desleal a los pocos comercios que aún quedan en la zona, y que honran la memoria de tantos vecinos que hipotecaron su vida para mantener la tradición comercial de un barrio situado en el exterior de las antiguas murallas.
El tráfico de productos falsificados y de imitación se aleja demasiado del trabajo de los tenderos y vendedores que ocupaban los bajos de las casas de la Plaça Nova para servir al barrio.
Son algunas de las pinceladas de la Barcelona turística que ha sustituido a un barrio viejo lleno de vida, que se ha convertido en un lugar sin vecinos y sin espíritu local. Supone el éxito de una antigua burguesía que apostó por acabar con un barrio próximo y vecinal, para levantar otro monumental y turístico, reconstruido a partir de los restos de edificios históricos y palacios víctimas de diferentes demoliciones.
La Casa dels Entremesos
A quien no consiguieron demoler fue al espíritu festivo y a la memoria de las generaciones herederas de los antiguos plaçanovins que hoy luchan porque no se les olvide.
La esencia del barrio de la Catedral y de la Plaça Nova la plasman las fotografías que conforman la exposición El Barri Perdut, en la Casa dels Entremesos (Plaça de les Beates, 2). Ningún otro lugar de exposiciones de la ciudad haría más justicia al testimonio vivo de un barrio perdido; un barrio de vida, fiesta y alegría como también lo es este edificio, con una planta baja repleta de figuras de la cultura popular catalana.
De las fotografías expuestas se desprende que las pocas paredes que se conservan todavía de los antiguos edificios del barrio fueron testimonio de niños trepando por la cucaña verde en las fiestas del barrio, de bailes de sardanas, de desfiles y pasacalles, de ceremonias civiles y religiosas, de despedidas de ciudadanos ilustres y de infinidad de tradiciones.
En la actualidad, cada Navidad, la plaza sigue acogiendo la centenaria Fira de Santa Llúcia tal y como había hecho a principios de siglo.
Es la memoria de un barrio con mucha historia, que la Guerra Civil y la remodelación de la antigua Barcelona abatieron. Los sueños han quedado intactos y hoy, 112 años más tarde, en Roc y la Laieta son los anfitriones a la entrada de la Casa dels Entremesos. Los acompañan siete parejas más de gigantes, representantes de otros lugares de la ciudad.
El 16 de agosto, en las Fiestas de Sant Roc, a ambos los volverán a sacar a pasear, ya que pese a sus 110 años de vida y tres metros de altura tienen que seguir paseando en honor a todos quienes lucharon –y todavía luchan- por recuperar y mantener la memoria de un barrio perdido que estuvo lleno de vida. Tal y como la tradición obliga, los acompañarán los grallers La Pessigolla y bailarán al ritmo alegre de su tradicional melodía.