Barcelona siempre ha sido una ciudad que ha inspirado a diferentes escritores, y que la han elegido para situar en sus calles muchas de sus novelas. Recordemos «Nada» de Carmen Laforet (l’Eixample) o «La Plaça del Diamant» de Mercè Rodoreda (Gràcia), o el último libro de Josep Lluis González, “L’Angel de les Tenebres” (el Gòtic). No obstante, tenemos que reconocer que gracias a Carlos Ruiz Zafón, realizar rutas por la ciudad en búsqueda de localizaciones literarias se convirtió en todo un fenómeno turístico, y no especialmente dirigido hacia los foráneos.
Cuando leí “La sombra del viento”, la novela me sorprendió. Pero la que verdaderamente me impactó fue “Marina”, ya que si la primera nos transportaba desde el centro de la ciudad hasta la avenida del Tibidabo (lugar por el que muchos barceloneses han pasado obligatoriamente para subir a la montaña mágica de la ciudad), la segunda me situó en una serie de lugares que he estado recorriendo, casi a diario, los últimos veinticinco años: Sarrià.
Hace ya tiempo que diseñé una pequeña ruta en base a las localizaciones que se mencionan en la primera parte de la novela y que quería compartir en el blog; pero se me quedaba corta. Por eso he decidido empezar por el principio, y escribir este primer post a modo de inauguración de los que vendrán más adelante. Sarrià tiene mucho que ofrecer, y no se puede resumir en un breve post.
Para los que hemos vivido unos cuantos años tanto en Sarrià, como en Sant Gervasi, nos molesta enormemente que, por motivos adminisrativos, el distrito integre el nombre de ambos barrios y, en consecuencia, se tienda a verlos como un todo, tanto en la forma como en el fondo. ¡Pues no! Sarrià es Sarrià, y Sant Gervasi es Sant Gervasi. Por ello, toca reivindicarlo hablando primero de Sarrià, y después hacerlo también de Sant Gervasi.
Si le preguntas a cualquiera por Sarrià, te dirá que es uno de los barrios pijos de Barcelona, con numerosos parques y zonas verdes (debido también a su proximidad a Collserola), donde están ubicados la mayoría de los centros educativos y sanitarios prestigiosos de la ciudad. No voy a negar la evidencia. No obstante, también es verdad que si te das un paseo por el centro del barrio, te trasladarás al pueblo que un día fue, y que ha sabido conservar mejor su personalidad entre los antiguos pueblos que formaron el Pla de Barcelona. De hecho, Sarrià tiene el mérito de haber logrado mantenerse independiente hasta 1921, ya que fue la última población en integrarse a la ciudad. El porqué, dejaremos que lo expliquen los historiadores.
Se cuenta que el origen del nombre Sarrià está en el de una antigua villa romana, protegida por una torre de defensa, que se llamaba Sirriano. En el siglo XV ya hay evidencias documentales que hablan de un núcleo poblado situado alrededor de una iglesia, integrado principalmente por masías y por una población eminentemente rural y agrícola.
Como ocurrió con la mayor parte de las poblaciones situadas en las faldas de Collserola, a finales del siglo XVIII y durante el XIX también Sarriá pasó a ser un lugar de refugio de la aristocracia barcelonesa en las épocas de epidemia que se vivieron en la ciudad amurallada, lo que daría lugar a que se convirtiese en un lugar de verano de la incipiente burguesía de la ciudad. De ahí el importante número de torres que se construyeron, y que aún hoy se conservan.
La presencia de comunidades religiosas también fue, ha sido y es muy importante, tomando como punto de partida el hecho de que la reina Elisenda de Montcada eligió un lugar próximo para construir el Monasterio de Pedralbes, donde se retiró a vivir ya viuda y donde se conservan sus restos. Explica la leyenda que para decidir el lugar, la reina mandó poner a secar tres jamones en diferentes parte de la ciudad. Uno en Montjuic, otro en Horta y el tercero en la pedrera de les pedres albes, es decir, Pedralbes. El lugar en dónde mejor se secase el jamón, allí construiría su soñado monasterio. Evidentemente, no hace falta explicar cómo acabó la leyenda. Actualmente ese monasterio es el complejo religioso, de estilo gótico catalán, mejor conservado de la ciudad.
En definitiva, que la presencia de casas señoriales y comunidades religiosas cerca de Collserola ha dado lugar a que un antiguo dicho popular defina perfectamente la configuración del barrio: Sarrià: vents, torrents, torres i convents (Sarrià: vientos, torrentes, torres y conventos).
Una de las cosas que hay que hacer en Sarrià (si dispones de vehículo privado) es subir al Mirador de Vallvidrera, una pequeña explanada en la carretera de Sarrià a Vallvidrera, escenario natural utilizado habitualmente como plató para la filmación de publicidad y cine, y desde donde podrás gozar de una visión panorámica de algunos de los lugares que podremos visitar. Cuando llegas a Barcelona por esa carretera, a primera hora de la mañana, –como suelo hacer a menudo- la panorámica que te ofrezca la ciudad te dará pistas de la situación atmosférica que viviremos a lo largo del día: sol, niebla, contaminación, lluvia…
La importante concentración de centros de enseñanza en la zona le ha otorgado el honor a Sarrià de ser el campo de estudio de la evolución pedagógica en Barcelona, durante los últimos ciento cincuenta años. Es la zona de la ciudad en donde se establecieron los primeros internados de Barcelona, y donde se trasladaron los colegios que había en el centro de la ciudad cuando las condiciones higiénicas dejaron de ser adecuadas para los escolares. El colegio de los Jesuítes, el colegio de los Escolapios, y las escuelas profesionales salesianas constituyeron el principal ejemplo de la implicación de las órdenes religiosas en el campo de la educación.
De acuerdo con el libro de Ruiz Zafón, en el que nos inspiramos, nuestra ruta de hoy empieza justo enfrente del colegio de Sant Ignasi, también conocido como los Jesuítas de Sarrià, en la parte alta de la calle Carrasco i Formiguera.
El edificio actual data de finales del siglo XIX, es de estilo neotudor y está inspirado en el modelo de los grandes internados ingleses. Está construido en obra vista, y la planta tiene forma de T, con dos claustros interiores. Se inauguró el 3 de diciembre de 1895, festividad de San Francisco Javier, y el acto lo presidió el obispo Jaume Catalá i Albosa, tio abuelo del poeta Salvador Espriu. Fue la culminación provisional de la larga historia de las vicisitudes de los jesuítas en este país, que empezó en Manresa allá por el siglo XVI, y que me apunto en la agenda para explicárosla con más detenimiento en un futuro, tanto por su interés, como por los veinte años que pasé trabajando en el Institut Químic de Sarrià, centro universitario que se encuentra junto a este lugar.
Descendemos por la calle Carrasco i Formiguera, y a nuestra derecha podemos ir viendo algunos ejemplos de antiguas torres que conformaban la zona y que todavía se conservan. Todas ellas se caracterizan por estar situadas a pie de calle, y tener planta baja, piso, azotea y jardín interior. La que hay en la esquina con la calle Margenat es el restaurante La Torre de Sarrià, popularmente conocido como La Torreta, y que podemos visitar para visualizar cómo son las casas por dentro.
A la izquierda, un largo muro de piedra oculta el jardín del Monasterio de Sant Pere de les Puel·les, al que se accede a través de la calle Anglí, paralela a la que nos encontramos.
Este monasterio -para los que no suelen salir del centro de la ciudad- les diré que no es otro que el que había en el barrio de Sant Pere, allá por el siglo X. ¡Efectivamente! ¡Ese mismo! El que albergó la primera comunidad femenina benedictina de Barcelona. Pues resulta que, como es habitual, dejó la ciudad vieja y se vino a Sarriá. Actualmente, además de ser una residencia religiosa, las monjas tienen talleres donde restauran y encuadernan manualmente documentos antiguos, y ofrecen un servicio de hospedería, donde puedes hacer un receso, para encontrarte contigo mismo, en un ambiente recogedor y tranquilo, sin salir de la ciudad. Además el monasterio dispone de un valioso archivo que está abierto al público para poderlo consultar.
Seguimos por la calle Dolors Monserdà hacia Major de Sarrià; la arteria principal del núcleo antiguo de Sarrià. A la altura de la Vía Augusta, a nuestra izquierda podemos ver un antiguo depósito de aguas que había pertenecido a una fábrica que desapareció con las obras de la prolongación de la Vía Augusta y la construcción del túnel de Vallvidrera allá por la época de la transformación olímpica. El espacio donde se ubica se conoce con el nombre de Els Jardins dels Setze Jutges, que el Ajuntament de Barcelona dedicó a los componentes de este grupo musical de los sesenta, y a su labor en pro de la promoción de la Nova Cançó.
Desde el punto en el que nos encontramos, en la parte central de la Vía Augusta, veremos un arco de acero inoxidable y latón -algo oxidado por las inclemencias del tiempo-, a través del cual se puede encuadrar en una fotografía la montaña de Montjuic. Es una obra de Emili Armengol, conocida como “la porta de Sarrià”, que a modo de pequeño arco del triunfo moderno, te da la bienvenida a la zona desde 1992, y que quiere expresar la unión entre los dos antiguos pueblos que hoy en día forman el distrito municipal: Sarrià y Sant Gervasi de Cassoles.
En la esquina con Major de Sarrià, volvemos a sumergirnos en la obra de Marina. Dicen que donde actualmente hay la librería Clips, muy popular entre los muchísimos escolares que estudian por la zona, es donde Ruiz Zafón ubicó la casa de Marina en su novela. Pero eso es lo que se dice por Sarrià.
Descendemos calle abajo, hacia la plaça de Sarrià. Por este tramo de calle pasaremos por dos restaurantes interesantes del barrio: el Tram-Tram y el Vivanda, ambos ubicados en casas bajas con patio interior, especialmente agradables de visitar en primavera. Un poco más abajo está la pastelería Bolet, que no siendo tan conocida como la Foix fuera del barrio, no deja de ser menos importante para los vecinos, por sus excelentes especialidades dulces y saladas. Justo al lado de la pastelería, te llamarán la atención dos antiguos comercios, especialistas en la artesanía del esparto. Uno de ellos es la Casa Vila que se fundó en 1828, y por el que ya han pasado cinco generaciones de la misma familia.
Llegamos a la plaça de Sarrià, donde os propongo hacer la primera parada de la ruta. Os invito a que os sentéis en uno de los numerosos bancos, para hacer un recorrido visual pormenorizado por la misma. ¡Nos encontramos en el centro neurálgico de la antigua Vila de Sarrià!
En base a los puntos cardinales, hacia el norte queda el paseo de la Bonanova, que nos lleva hacia la plaza del mismo nombre y el barrio limítrofe de Sant Gervasi. Hacia el sur, nace el paseo de la Reina Elisenda de Montcada que llega a la cruz y al monasterio de Pedralbes, al Parque de Cervantes y la rosaleda y a la carretera de Esplugues. Hacia el oeste, la calle por la que hemos descendido, que llega hasta el Desert de Sarrià y a los jardines de Sentmenat. Hacia el este, el mar y Barcelona (¡como todavía le llaman los vecinos al centro de la ciudad!) por donde seguiremos nuestra ruta.
A diferencia de lo que suele ocurrir con la mayoría de las poblaciones pequeñas, la plaça de Sarrià no alberga ninguna representación del poder municipal; únicamente del poder eclesiástico: la iglesia parroquial de Sant Vicenç, junto a la que está la casa rectoral. Justo al lado del tramo de escaleras para acceder al replano de entrada a la iglesia, vemos una casa de piedra de tres pisos y estilo neogótico, restaurada en 1881. Es la casa familiar Margenat, una de las más antiguas de la localidad. Inicialmente perteneció a la familia Anglí, para pasar posteriormente a la familia Margenat junto a los terrenos del Mas Anglí, propiedad de esa familia de la nobleza. Miembros de ambas familias tienen dedicada una calle en el barrio, dada su importancia en la historia de Sarrià.
Frente a esta casa y haciendo esquina estuvo situada la farmacia de Josep Margenat Cuyàs, miembro también de la importante familia Margenat, que fue asesinado en 1843 durante las revueltas políticas de la época, y cuya tumba es una de las más emblemáticas del Cementerio de Sarrià, debido a los versos que su esposa, Francisca Bonaplata Valentí e hija de Salvador Bonaplata Corriol, propietario de la primera fábrica textil que introdujo el vapor como fuente de energía en Barcelona, le dedicó.
Respecto a la iglesia de Sant Vicenç os tengo que confesar -a pesar de haber celebrado diferentes ceremonias familiares en el templo-, que no le encuentro ningún encanto especial, a parte de su ubicación. En el dintel de la puerta principal hay un escudo con la pechina que simboliza a Sarrià y una hornacina con la imagen de Sant Vicenç. Al lado de la puerta, una placa recuerda la celebración del milenario de la iglesia, celebrado en 1987, ya que hay constancia de la existencia de una pequeña capilla desde el 987. En el interior hay una capilla dedicada a Santa Eulàlia, copatrona de Sarrià junto a Sant Vicenç, y que se cree nació cerca de este lugar. La fachada está franqueada por una torre octogonal y otra torre inacabada. Parece ser que durante la construcción de la iglesia neoclásica actual, se empezaron a levantar dos torres, pero una quedó afectada por un rayo y nunca llegó a terminarse, a pesar de las protestas de los vecinos.
Enfrente de la fachada lateral del templo está el Mercat de Sarrià, que tal como lo definen en la página web del propio mercado es: “Antiguo por fuera; moderno por dentro”. Es una construcción modernista de 1910, que aún conserva las decoraciones originales de la fachada, con siete grandes pilares y veintidos vitrales que le dan luz natural al interior. Se construyó sobre los terrenos que ocupaba el huerto parroquial, cuando lo separaron de la iglesia con la urbanización del passeig de la Reina Elisenda de Montcada.
En la parte posterior del mercado, hay una pequeña plazoleta, la plaçeta de Sant Gaietà, que siempre se ha identificado como un lugar tranquilo, sereno y recogido. De ahí el nombre del “rinconcito”, con el que se conoce popularmente.
Haciendo esquina con la calle Major hay una de las casas más antiguas, y que aún se conserva tal como era en el siglo XVIII. Es Can Llança, una casa con la fachada recubierta de esgrafiados en plafones geométricos y un gran reloj de sol. En los bajos está la emblemática pastelería Foix, de la que ya hablamos en la segunda parte de la ruta del chocolate y en el post sobre Dragones y Barcelona.
El uso de la técnica de los esgrafiados en Sarrià fue muy popular en los siglos XVIII y XIX, ya que pretendía externalizar la condición económica y la categoría social de los propietarios. De ahí que en la zona se conservan todavía algunos de los muchos que hubo.
Además de los esgrafiados de Can Llançà, todavía se conservan los de la Casa pairal de Can Mestres en l’avinguda de Vallvidrera (en excelente estado de conservación), y los de la Casa de l’Alabarder, por la que pasaremos tan pronto reemprendamos la ruta, y que seguiremos paralela a la antigua riera de Gardenyes y la riera Blanca, que actualmente ocupan dos conocidos ejes viarios de la parte alta de Barcelona. ¿Me acompañarás?
Nota: Las imágenes antiguas son del libro «Barcelona: Sarrià-Sant Gervasi» de Viena Columna.